4 de febrero de 2010

CUADERNO INFANCIA 53


Estoy en cuarto o quinto grado, creo que en quinto pero no lo puedo asegurar. Marcos Palacios no es mi mejor amigo, pero nos llevamos bien. Marcos es morocho, de pelo ondulado, ojos negros y por el gesto que dibuja su boca pareciera siempre que terminara de reírse. Aunque ahora quiero recordar una sola anécdota que hayamos compartido juntos, no puedo. Un día Marcos aparece con la noticia: se va. Se va no solamente del colegio sino del país. A Colombia. Ese exilio repentino de alguien tan chico como yo me impresiona brutalmente. No puedo imaginarme cómo es irse del país, vivir en otra ciudad, con otra gente, con nuevos compañeros en un colegio extranjero. Nadie pregunta las razones por las que se va, ni tampoco por qué de esa manera tan repentina. Y tampoco por qué a Colombia. Al final de una tarde de esa misma semana Marcos nos viene a saludar porque ya no nos vamos a volver a ver. Se abraza, con otro compañero y después le toca abrazarse conmigo. La idea de que es el último abrazo, de que probablemente nunca más vayamos a encontrarnos, es algo que no me cabe en la cabeza y me produce tanta angustia que el pecho se me oprime y mientras nos rodeamos mutuamente con nuestros brazos no puedo contener mis lágrimas. Creo que es la primera vez que me toca despedirme de alguien definitivamente y todo se me transforma en una experiencia imborrable. Ya nunca volveré a ver a Marcos y sin embargo el recuerdo del gesto en la cara de ese niño me acompaña hasta ahora.

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