25 de febrero de 2020

Monólogos en segunda persona 1: Milán.


Ella (bajo la ducha): te veo, a lo lejos, entrás llevando una valija con ruedas no demasiado grande, no hay demasiada gente, afuera es de día pero adentro no se nota, la luz artificial no cesa nunca, caminás como cansado, no te gusta cargar mucho peso, me lo dijiste tantas veces, no venís solo, te acompaña ella, tiene puesto un vestido floreado hermoso que le queda maravillosamente, enseguida me pregunto cómo pudo conseguir ese vestido, cómo puede ser que le quede tan bien, por qué le delinea la silueta de la mejor manera que una mujer puede desear, ella mira a su alrededor, me mira como quien mira un objeto que no significa nada, su vista sigue de largo, tiene un porte altivo, orgulloso, me pregunto por qué si la tenés a ella estás conmigo, qué necesidad tenés de arruinarme la vida de esta manera, sería mil veces preferible que me dejaras en paz de una vez, pero no es así, insistís, yo no puedo negarme, no puedo, ella está pintada espléndidamente y vos me ves, fijás la mirada durante tres segundos, no más, para que me dé cuenta de que ya me registraste, hacés un movimiento de cabeza que nadie en el mundo más que yo puede captar, y entonces sé que me acabás de saludar, me sorprendiste justo mirándola y adivinaste en esos tres segundos todo lo que me pasa por la cabeza, más tarde me vas a preguntar qué estaba pensando mientras la miraba y voy a negar que la estuviera mirando y voy a negar que pensara nada, y vos no vas a insistir, por suerte, ahora te dirigís al mostrador para presentar tu pasaje y despachar la valija no demasiado grande, le das el pasaporte a la empleada de la aerolínea, algo le decís que hace que se ría a carcajadas, ella no hizo la fila con vos, te observa desde la puerta cerca de donde un muchacho se ocupa de envolver las valijas con plástico, te veo con la empleada de la aerolínea que se ríe, la veo a ella que te observa y a pesar de que ella es hermosa y espléndida y está bien pintada y tiene un porte altivo y orgulloso, me digo que no quiero ser como ella, no quiero estar en su lugar, colocás la valija en la cinta y te quedás observando cómo se va, tomás los papeles que te da la empleada, te das vuelta, me registrás de nuevo, esta vez no te detenés en mí ni una décima de segundo, caminás con resolución hacia ella que te acaricia la cara y te arregla el pelo con un gesto que evidentemente ha repetido miles y miles de veces y que aceptás con naturalidad, de pronto te abraza, te acompaña hasta la escalera mecánica donde te vas a despedir, ella te habla y vos le mostrás el pasaje y el pasaporte, te abraza, la abrazás, la besás, ella te da un beso profundo en la boca, parece que ha derramado algunas lágrimas, ahora sos vos el que la acaricia con un gesto que también seguramente repetiste miles y miles de veces, por fin ella se da vuelta y sale por la puerta automática y vos subís por la escalera mecánica, recién entonces te das vuelta y me buscás con la mirada para hacerme alguna seña, tal vez indicarme que nos veamos en el free shop o en la cola de migraciones, pero cuando intuyo que me buscás dejo caer mi pasaporte y me agacho a levantarlo y así encuentro el pretexto perfecto para eludir tu mirada, y después, me aliso la pollera y encuentro unas pelusas invisibles e inexistentes y me ocupo de sacarlas con una cantidad de movimientos que me obligan a no prestarte atención, mientras terminás de subir, la escalera no se detiene jamás y ya estás arriba, tal vez ahora me mirás desde el primer piso, donde hay un bar y algunos negocios, pero yo a esta altura elegí no mirarte de ninguna manera, el plan, el plan que vos ideaste hasta en los menores detalles, es que no nos encontremos hasta que la azafata nos ubique a los dos en nuestros respectivos lugares, uno al lado del otro, como si fuéramos extraños que nos vamos a encontrar por pura casualidad y vamos a empezar una relación en el avión, también por pura casualidad, tal vez por un comentario azaroso que yo voy a hacer sobre que no me gusta viajar del lado de la ventanilla y prefiero el pasillo por si me tengo que levantar mientras el avión está en el aire, teniendo en cuenta que es un viaje que dura como catorce horas, hasta Milán es mucho tiempo y vos conocés Milán y yo no, lo mejor entonces es que se cumpla el plan tal cual lo proyectamos, lo proyectaste hasta en los menores detalles, la idea es que no nos miremos ni siquiera en el free shop, porque siempre hay alguien que a uno lo conoce, sobre todo si se trata de una persona como vos que tiene una cantidad de relaciones, lo mejor entonces es esperar al encuentro en las butacas que ya reservamos y tienen un número asociado a nuestro nombre, entonces me doy cuenta de que es mi turno, ya prácticamente no hay pasajeros en la cola para despachar el equipaje, me acerco al mismo puesto en que atendió la chica que se reía y pongo la valija en la cinta, la chica me pregunta si es todo lo que tengo y le digo que sí, que también el equipaje de mano que voy a llevar conmigo, le entrego el pasaporte y ella toma los datos, pero algo en la mirada de la chica me hace pensar en vos, y en tu mujer con el vestido floreado, algo en su mirada me hace pensar que esta chica descubrió todo lo que planeaste y entonces, en el mismo momento en que mi valija se empieza a mover, le digo que espere, le digo que no, que no voy a viajar, le pido mi pasaporte y ella tarda en entender, se lo tengo que repetir pero es como si ella no me lo quisiera dar, entonces levanto la voz, ella asustada me lo devuelve y sin esperar que la valija retroceda, me inclino todo lo que puedo, tomo la valija y la deposito en el suelo, miro a mi alrededor y hay bastante gente que tiene su mirada puesta en mí, trato de no pensar en lo que estoy haciendo, me dirijo hacia la salida con mi pasaporte en la mano izquierda y arrastro como puedo la valija con la derecha, la valija tiene un problema en rueda que la hace retumbar por todo el aeropuerto, me digo que voy a seguir sin conocer Milán, salgo a través de la puerta automática que se abrió para dejarme pasar, una mujer y su bebé se terminan de bajar de un taxi y antes de que alcance a cerrar la puerta la retengo abierta con mi mano en la que está el pasaporte, le pregunto al taxista si está libre, me dice que sí, baja y carga la valija en el baúl mientras subo, me siento, apago mi celular y lo guardo con el pasaporte en la cartera,  el taxista arranca, ahora, mientras me baño con agua muy caliente, mientras me enjabono y dejo correr la ducha sobre mi cuerpo una y otra vez, me pregunto cómo será tu cara mientras el avión cruza la ciudad y vos palpás vacío el asiento que tenías asignado para mí.

Héctor Levy-Daniel

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