14 de julio de 2008
CUADERNO INFANCIA 17
Una tarde soleada y tranquila en el barrio. El aire transparente, brillante a la hora de la siesta. Mi tía Chiquita y mamá caminan tomadas del brazo por Emilio Lamarca hacia Avellaneda. Faltan unos veinte metros para llegar. En la avenida nos vamos a tomar un colectivo o un taxi para ir al oculista para que me revise porque se presume que tengo ciertas dificultades para ver. Yo camino detrás, pero pegado a ellas, mirando el suelo. De pronto advierto que entre los pies de las dos rueda un papel rojizo. Lo miro bien, el papel se levanta y vuelve a caer. Ninguna de las dos lo ha visto, ninguna de las dos sospecha que ese papel está ahí. Yo imagino que es un billete pero al mismo tiempo me digo que es imposible, que debe ser una imitación, una fantasía. Mi mamá y Chiquita siguen caminando, el papel rojizo queda en el suelo. Lo tomo, lo extiendo de un borde al otro. No es un papel cualquiera, no es un billete de fantasía, es plata de verdad. Son diez mil pesos. ¡Mamá! Mirá lo que encontré. Mamá toma el billete. Lo estudian entre las dos. Se produce un silencio interminable. Yo espero el veredicto. Mamá asiente. Son diez mil pesos, reales. Comienzo a gritar que la plata es mía, que me la encontré yo. Mamá mira para todos los costados para comprobar si alguien está mirando, pero es la hora de la siesta y en toda la cuadra solamente estamos los tres. Me hace callar y me dice que está bien, que ese billete lo encontré yo y es mío. Llego a la avenida Avellaneda rebotando de alegría. En el consultorio el oculista me receta lentes.
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