7 de julio de 2008

Una pareja.

En la calle, en primavera, a las seis de una tarde espléndida. Una mujer y un hombre, los dos jóvenes. Los dos caminan detrás de mí. El, de cabello castaño casi rubio, viste un jean y una remera, tiene un aspecto algo descuidado. Ella, morena de pelo muy negro y ondulado, está vestida con saco y pantalón azules y una camisa blanca. Los dos caminan por la calle Bulnes hacia Juncal. Se delata en los dos cierta inquietud, cierta prisa. Mientras se me adelantan puedo escuchar que el rubio le dice algo a la mujer. Ella responde pero no alcanzo a comprender lo que acaba de decir. Cuando están adelante, apuro el paso para mantenerme cerca y tratar de captar algo más. Ahora los puedo oír mejor: él la putea sin ahorrarse ningún insulto y ella responde, en portugués. El la vuelve a insultar y ella vuelve a replicar en portugués. El efecto es raro, como una conversación mutilada. Los dos cruzan la calle y la conversación prosigue en el mismo tono. Yo me detengo y me quedo en mi vereda, observándolos mientras se alejan. Lo que me parece extraño es cómo ella comprende perfectamente las alusiones que hace su novio y cómo, sin inmutarse, responde en portugués.

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