30 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "La política colonial de Père Ubu", de Rouault


Cine. Reseña Intempestiva: Funny Games, de Michael Haneke

Dos jóvenes se introducen en una casa con una excusa bien tonta, hacen prisioneros a los habitantes (un matrimonio con un hijo) y luego de someter a todos a diversas pruebas y después de varios intentos de fuga, matan tanto al matrimonio como al niño. En el transcurso de la película nos damos cuenta de que han hecho lo mismo en la casa vecina y que luego harán lo mismo en otra.
En varios momentos uno de los invasores mira a la cámara y comenta el curso de la acción, en una especie de brechtianismo invertido: el narrador o comentador, que se encarga de hacer tomar conciencia al espectador, es en este caso el villano. Pero la toma de conciencia es fundamentalmente estética: cómo se hace el relato más verosímil, qué debiera suceder necesariamente en un caso como el que se está tratando. Todo el tiempo acude a nuestra mente el tratamiento hollywoodense de la cuestión, que es casi una manera natural de percibir este tipo de historias: uno es testigo de una injusticia y de algún modo no sólo desea que el orden se reestablezca a través del castigo de los delincuentes, sino que además considera que ese restablecimiento y ese castigo son naturales. Creo que todo el film de Haneke tiende a provocar un efecto de distanciamiento sobre la materia tratada de esta manera en Hollywood: lo que para los estadounidenses es natural que se dé de determinada manera, con el tratamiento de Haneke queda en evidencia como artificial y retorcido en función de la necesidad del relato “progresivo”: uno comprende que no hay orden que recuperar, que no hay castigo para quien comete un crimen. Las cosas son de esta manera y no hay ningún tipo de esperanza de redención ni de justicia. El hecho de que sean casas de clase media alta las que se atacan, habitadas por gente de nivel de vida placentera, creo que es un aporte de Haneke a los ataques contra la vida burguesa. No es para nada casual que quien comente la acción mirando a cámara sea el delincuente. De alguna manera Haneke deja libres y en actividad a aquellos que desde su propio lugar (aunque no sabemos nada sobre Paul y un poco más sobre su compañero) se ocupan de atacar el orden burgués. De la misma manera, en el film “El séptimo continente” el mismo ataque contra la burguesía se efectúa desde dentro mismo de la burguesía: un matrimonio de profesionales, que no sufren ningún tipo de privación, que vive la vida en permanente ascenso, decide de un día para otro, sin que podamos saber las causas, aniquilar literalmente todo lo que poseen y pulverizar obsesivamente cada uno de los objetos que quedan en la casa (salvo el televisor) para suicidarse luego de matar a la niña. El matrimonio ha decidido comenzar verdadera y radicalmente de cero, sin ningún rastro que conecte con el pasado y para eso tiene que destruir el menor vestigio de lo que queda de su vida segura: por eso destruye discos, dibujos, mesas, sillones, fotos, espejos, cajones y todo lo que queda en la casa (salvo el televisor) para reventar, finalmente, la pecera. La imagen de los peces que pugnan por seguir respirando fuera del agua, así como la fortuna arrojada en el inodoro a través de entregas sucesivas, figuran justamente la destrucción del bienestar con el que sueña el noventa y nueve por ciento de los habitantes de la sociedad capitalista. En los dos films, creo que Haneke está atacando lo mismo: el sistema de valores sustentado por esta sociedad.