19 de mayo de 2009

La imagen de hoy: "Una escena callejera", de Grosz.

CUADERNO INFANCIA 37


En la Plaza Vélez Sarsfield, en pleno barrio de Floresta. Hay algún tipo de festejo que tiene que ver con la iglesia de enfrente, sobre la calle Bahía Blanca, y entonces se tiran fuegos artificiales. Seguimos en el año 1973 y yo estoy con mis compañeros de colegio. Un gordo enorme de mi edad al que todos conocen y que se llama D’ Angelo les habla permanentemente a todos con un aire de amenaza y una prepotencia que me sublevan. D´Angelo me habla un par de veces de esa manera irritante. Tanto me indigna que le respondo algo que él no espera, que no le gusta. En un tiempo muy breve, en medio de la oscuridad de la plaza –que mantienen a propósito para que luzcan mejor los fuegos artificiales- se entabla una pelea atroz. El gordo me duplica en tamaño y a los pocos segundos lo tengo encima pegándome de una manera brutal. Después de la paliza, después que logran sacarme a D´Angelo de encima, me preguntan si estoy bien. En realidad estoy muy golpeado. Mis compañeros no comprenden que haya decidido suicidarme de esa manera, enfrentándome en una pelea tan desigual. Pero a pesar de que me duele todo el cuerpo, en medio de la oscuridad, en la esquina de Bahía Blanca y Avellaneda, me digo que hice lo que tenía que hacer: no dejé que ese imbécil, al que en toda mi vida vi únicamente esa noche, durante el tiempo que duró la pelea, me intimidara.

CUADERNO MATERIALES. Monólogo de Cora para "Destiempos".


Cora: El ya no va a volver. Para qué tendría que volver. Mi marido, mis hijos. No sospecha que tengo hijos, dos. No sospecha que hace rato que no lo espero. Ni se imagina que es mi marido el que me espera cada noche, me hace una seña mientras me alisa la cama para que me acueste junto a él. Para que le dé un poco de calor, dice. No sospecha que no lo espero, que ya no. Y si viniera, si apareciera de pronto. Si sonara el timbre y Matías corriera hasta la puerta y abriera, como hace siempre, (aunque le digo que se fije bien quién es). Entonces qué. Qué tendría que decirle. Que lo quiero, que lo amo, que siempre voy a quererlo, que quiero hacer el amor con él. Pero si viniera tendría que ocultarle que también quiero a mi marido, que también me encanta hacer el amor con él después que me hace una seña y alisa la cama para que me acueste. Tendría que confesarle que el chico que le acaba de abrir la puerta, Matías, es mi hijo, el hermano de Tomás, mi otro hijo. Que nada nos queda para adelante, nos queda sí nuestra noche maravillosa, quizá la más maravillosa que yo haya pasado en mi vida, esa noche plena de caricias, de suavidad y de amor, también la noche de la fiesta en que me invitó a bailar, la noche en que nos besamos por primera vez, la noche en que no llegamos a hacer el amor porque ya se había hecho demasiado tarde, la noche que se deshizo en un amanecer violáceo , yo caminaba descalza por la calle y él me llevaba los zapatos en las manos, la noche en que me juró que me buscaba desde mucho tiempo atrás, que me esperaba, parece que siempre estuvo condenado a esperarme. Nos queda todo eso que son recuerdos y muchos recuerdos más, pasado en estado puro, objetos y colores con los que todavía sueño y siempre voy a soñar. Pasado. Ahí encuentra el sentido de su vida y para eso toca el timbre de mi casa, para eso le abre Matías, eso es lo que viene a buscar.

Ulises: Me preparaba para salir, tenía que encontrarme con Cora en un bar de Avenida Santa Fe, eran las diez de la mañana. Me acababa de poner el saco y me acordé que no me había peinado. Entonces entré en el baño, tomé el peine y comencé a pasármelo por la cabeza. Por alguna razón el peine se me cayó al piso y, cuando me agaché a levantarlo escuché como una respiración detrás de la puerta de entrada, que está casi pegada a la del baño. Y algunas voces ahogadas. Quise poner el ojo en la mirilla pero no me animé. No hacía falta mirar para estar seguro de que me venían por mí. Sin hacer el más mínimo ruido caminé rápidamente a la cocina y abrí la ventana. Era un primer piso, tenía alguna posibilidad de saltar sin romperme las piernas. En el mismo momento en que arremetían contra la puerta, salté. Caí al patio interno del portero, que nunca me había tenido simpatía. El portero salió al patio para ver qué había pasado y se encontró con mi figura, con mi rostro desencajado, con mi boca pastosa de la que sólo salían vaguedades y explicaciones cortadas. Mientras trataba de hablar salía del patio, me metía en su casa, chocaba con los muebles, saludaba a su mujer, buscaba la puerta de calle, salía, caminaba con paso rápido una cuadra, dos, doblaba en una esquina, seguía hablando, ahora solamente conmigo, corría francamente a toda velocidad, paraba un taxi. Al aeropuerto. Me había acostumbrado a andar con el pasaporte encima porque sabía que algo así podía ocurrir alguna vez. Había dejado clavada a Cora en algún lugar de Avenida Santa Fe. Iba a preocuparse. Cuando el avión llegó no esperé llegar al hotel para llamarla. Desde un teléfono del aeropuerto le expliqué que a partir de entonces estábamos separados por miles de kilómetros. Cora me prometió que esa misma semana estaría conmigo.


Estos monólogos constituyen algunos de los materiales primarios a partir de los cuales se escribió la obra "Destiempos", de Héctor Levy-Daniel, estrenada en agosto de 2004 bajo su dirección en el Teatro del Pueblo, en el marco del ciclo "Exilios", interpretada por Anahí Martella y Daniel Niborski. El texto de la obra fue publicado por Biblos en el libro "Exilios", 18 obras de autores argentinos, españoles y mexicanos.