15 de junio de 2009

La imagen de hoy: "Las delicias de la vida", de Watteau

Edward Gordon Craig: "Los fantasmas en las obras de Shakespeare"


Craig señala que la puesta en escena de las obras de Shakespeare constituyen uno de los más grandes desafíos para el director de teatro. Considera que en general toda la riqueza que aparece en la lectura de una pieza de Shakespeare se disuelve con las puestas que realizan los directores. Dado que estas piezas son creaciones poéticas, deben por lo tanto ser representadas y trabajadas como tales. Desde su punto de vista, este consejo debería ser tenido en cuenta sobre todo por aquellos que interpretan aquellas obras en las que se introducen elementos sobrenaturales: Macbeth, Hamlet, Ricardo III, Julio César, Antonio y Cleopatra, La Tempestad y Sueño de una noche de verano. En todos estos dramas el director de teatro deberá extremar su interés por estos espíritus ya que ellos constituyen el centro, el punto que, como en la figura geométrica circular, controla y condiciona la circunferencia en todos y cada uno de su detalles. Para Craig, estos espíritus constituyen la clave según la cual, como en la música, cada nota de la composición debe armonizarse. En principio, los fantasmas en estas tragedias son esenciales al drama y no partes externas del mismo. Por lo tanto excluyen de antemano la posibilidad misma de una representación realista. Craig señala que los espíritus son “los símbolos que se visualizan del mundo sobrenatural, los cuales envuelven lo natural” , algo así como tonos parciales, inaudibles, que sin embargo se combinan con los tonos que sí se escuchan. Junto a la multitud humana existe otra, de formas invisibles: “Soberanías, poderes y posibilidades... Estas no se ven, pero se pueden sentir” . Craig afirma que es gracias a la alquimia de estos tonos parciales, por la introducción de influencias que se sienten como una sola cuando son invisibles e impalpables, que Shakespeare logra resultados que sobrepasan a los de sus contemporáneos. Craig pronone como ejemplo “el fantasma del padre de Hamlet, quien mueve los velos al comienzo de la gran obra, no es una broma, ni es un caballero teatral en armadura, ni tampoco un figura fársica. Es la visualización momentánea de las fuerzas invisibles que dominan la acción y una orden clara que Shakespeare da a los hombres de teatro para que despierten su imaginación y dejen inactiva su racionalidad”. En tal sentido, el director de escena que se enfrenta a las obras de Shakespeare en las que hay un elemento sobrenatural no debe concentrar su atención en las cosas visibles pues de ese modo despoja a la puesta de gran parte de su majestuosidad. En tanto el director no comprenda estos espíritus, no producirá más que un asunto de trapos y andrajos. Pero en la medida en que perciba su proporción y aprenda a moverse según su ritmo, entonces se convertirá en un verdadero maestro del arte que está en condiciones de producir una obra de Shakespeare. Craig señala que el director de escena no parece darse cuenta de la importancia de los fantasmas ya que adopta un método muy diferente para la puesta de aquellas escenas en los que aparecen y las que no aparecen. Y lo que hace que estos fantasmas aparezcan tan insignificantes y poco convincentes es que se presentan de forma repentina y sin la atmósfera adecuada. Craig declara: “Entra en escena un fantasma, pánico repentino en todos los actores, cambios en la iluminación, en toda la música y en todos los espectadores. Sale el fantasma, intenso descanso de todo el teatro. De hecho, cuando sale el fantasma del escenario, se puede decir que algo grande del cual no se habla ya pasó y no ha sido tomado en cuenta.” De esta manera, el problema más grande, el de la vida y la muerte, sobre el cual Shakespeare teje sus tramas, es menospreciado y evitado. Craig afirma que lo que eleva a Hamlet, Macbeth y Ricardo III por sobre todas las simples tragedias de ambición, asesinato, locura y derrota, es precisamente el elemento sobrenatural que domina la acción desde el principio hasta el final; la mezcla de lo material y lo místico; ese sentido de figuras intangibles que esperan como la muerte, figuras de rostros misteriosos sin rasgos característicos, de los cuales nos parece vislumbrar uno de sus lados pero que sin embargo apenas nos volvemos desaparecen. Por esa razón, el director de escena debe introducir dicho elemento sobrenatural sin limitaciones; debe elevar la acción de lo apenas material a lo psicológico y volverlo audible a los oídos del alma, no los del cuerpo; debe hacer audible “el solemne murmullo ininterrumpido del hombre y su destino” que señalen “los inciertos pasos dolorosos del ser mientras se acerca, o pierde, su verdad, su belleza y su Dios” Sólo entonces podrá cumplir la intención de Shakespeare en lugar de convertir sus espíritus majestuosos en caballeros de voz sepulcral, caras emblanquecidas y mantos de gasa.
Para profundizar su análisis, Craig se concentra en Macbeth. En esta pieza la acción está dominada por el poder invisible y “son precisamente esas palabras que nunca se escuchan y esas figuras que raramente toman una forma más diáfana que la sombra de una nube, las que dan a la representación su misteriosa belleza, su esplendor, su profundidad e inmensidad y en eso consiste el elemento trágico primario”.
El éxito de la representación de Macbeth depende del énfasis con que el director de escena sugiere la fuerza sobrenatural que atraviesa la obra y de la capacidad del actor para abandonarse al vértigo de la tragedia, “a ese misterioso magnetismo animal que domina a Macbeth y a su ‘tropa de amigos´’ ” Craig da su propia visión del personaje de Macbeth, quien desde su perspectiva debe aparecer en los cuatro primeros actos de la puesta en escena como un hombre hipnotizado. Aunque se mueve pocas veces, cuando se mueve lo hace como un sonámbulo. Recién en el último acto Macbeth despierta: en lugar de un sonámbulo es ahora un hombre común asustado por un sueño. Y advierte que el sueño se ha hecho realidad. De tal manera Macbeth no es según Craig ni el villano cobarde, atrapado (como lo muestran algunos actores), ni el villano valeroso, atrevido (como lo muestran otros): es un hombre condenado al que se lo despierta repentinamente en la mañana de su ejecución, y en la brutalidad de ese despertar logra entender solamente los hechos que están frente a él, y a pesar de éstos, entiende solamente el significado externo de ellos. En Macbeth están las fuerzas ocultas, los espíritus que Shakespeare amaba sugerir siempre, espíritus que están detrás de todas las cosas de esta tierra moviéndolas manifiestamente hacia las grandes acciones, para la consecución del bien o del mal. Craig señala que cualquiera puede sentir la presencia de las brujas mientras lee la obra. Pero afirma con vehemencia que nadie ha logrado tener una impresión similar ante la obra actuada. Y en eso reside la falla tanto del director como del actor: “¿Quiénes son estos tres seres misteriosos que bailan sin hacer ningún ruido alrededor de este miserable par, mientras platican en la oscuridad después de la negra hazaña? Lo sabemos completamente mientras leemos, pero olvidamos todo cuando vemos la obra representada en el escenario. Ahí sólo vemos al hombre débil que es provocado por la mujer ambiciosa” .
Craig sostiene que Macbeth es, para él durante los momentos hipnóticos que deberíamos sentir, la fuerza abrumadora de las acciones oscuras. Pero el gran problema que tiene el director consiste en lograr que eso se sienta, se haga claro y sin embargo, no real. “Para mí parece que la obra nunca ha sido representada propiamente ya que jamás hemos sentido a estos espíritus operando a través de la mujer sobre el hombre” . Precisamente, la mayor complicación reside en los dos ejecutantes de los papeles de Lady Macbeth y Macbeth, ya que si se admite que el elemento espiritual está conectado con el dolor de estos dos seres, entonces estos dos personajes deben mostrarlo al público. Pero también depende de las actrices que representan las brujas y sobre todo del director de escena que debe llevar a estos espíritus a una armonía efectiva. “Lo que deberíamos ver es un hombre en ese estado hipnótico que puede ser terrible y hermoso de presenciar. Deberíamos darnos cuenta de que este hipnotismo es transmitido a él por intermedio de su esposa y deberíamos reconocer a las brujas como espíritus más terribles, aunque más hermosas de lo que podemos comprender; lo que no acontece cuando las consideramos terroríficas” Para Craig, las brujas representan al Dios de la Fuerza. Ofrecen a la mujer una corona para su esposo, la adulan exageradamente, le susurran acerca de la existencia de su fuerza superior, de su intelecto superior, así como le susurran a él acerca de su valentía.
Con respecto a la aparición de Banquo, Craig sostiene que “toda la obra nos conduce hacia, y desde este punto. Es aquí donde se pronuncian las palabras más terribles escuchadas durante la obra, aquí donde se ofrece la impresión más asombrosa para el ojo.” Y por esa razón, advierte que “los personajes no deben caminar sobre el piso durante los primeros dos actos y repentinamente aparecer sobre zancos en el tercer acto, porque entonces una gran verdad aparecerá como una gran mentira, y el fantasma de Banquo como nada” . El director de escena debe entonces iniciar esta obra más arriba de la atmósfera en la que por lo general tambaleamos, la atmósfera de lo cotidiano. Porque en Macbeth estamos en el plano de la fantasía, de la imaginación, en el plano espiritual.
Precisamente en esta obra deberíamos comprobar “el horror del espíritu al percibir el triunfo de su influencia”. Pero no es esto lo que vemos que sucede en el escenario ya que no sucede nada: vemos espectros y diablitos, horcas y pequeños mosquitos, como seres de la pantomima, pero nunca vemos al Dios, al Espíritu que deberíamos ver: “eso significa el espíritu hermoso, ese ser paciente, decidido, que exige al héroe dar prueba de heroísmo” Y esto es así porque para Craig hay una sola vida real en el arte y esta es la vida de la imaginación. En el arte lo fantástico es lo real y en ningún drama se puede observar la verdad de esta afirmación mejor que en Macbeth. Desde su punto de vista, la realidad de la presencia de espíritus alrededor de nosotros es algo que permanentemente se les debería recordar a las inteligencias comunes. Y en lo que respecta a Macbeth, “A menos que veamos a estos espíritus antes de comenzar nuestro trabajo, nunca los veremos después”. El director de escena tendrá que apelar radicalmente al sentido de lo espiritual. Y para ello el mejor camino consistirá en evitar por completo lo que es material, tan sólo racional, o mejor dicho, lo que expone solamente su cubierta material. En cada parte de la obra, en cada acto, escena, pensamiento, acción o sonido, el director debe extraer algún espíritu, el espíritu que está ahí. Y en todos los elementos de la puesta debe ponerse algo que recuerde la presencia de estos espíritus, “para que en el momento de la entrada del fantasma de Banquo a la fiesta lejos de hacernos reír, aparecerá ante nuestros ojos como lógico y terrible” . Y desde este momento hasta el final, Craig afirma que la tarea consistirá en quitar espíritu por espíritu, desde las caras, los vestidos, las escenas, hasta que nada quede en el escenario mas que el cuerpo de Macbeth, “un puñado de cenizas, residuos del paso de un fuego devastador” . A través de esta puesta de Macbeth, el mundo de los espíritus nuevamente se convertiría en una posibilidad y nuestras mentes se abrirían otra vez para recibir la revelación de lo invisible.

Héctor Levy-Daniel

Bibliografía:CRAIG, E. G., 1995, El arte del teatro, Traducción de Marguerita Pavía, México, Grupo Editorial Gaceta.