11 de diciembre de 2009

CUADERNO INFANCIA 51


En 1973 vuelvo al colegio Alfredo Colmo, estatal, ubicado justo en la esquina de las calles San Nicolás y Morón, después de haber permanecido cuatro años en el Maimónides, colegio privado con orientación religiosa judía. Mi paso por este colegio no ha sido demasiado brillante y mi mamá, harta de tener que dar explicaciones por mi mala conducta y mi falta de aplicación, decide inscribirme nuevamente en el colegio donde había cursado primero y segundo grados. Nunca he podido darme cuenta de todo lo traumático que es este cambio, ya que de la noche a la mañana dejo de ver a todos mis amigos y compañeros con los que compartí tantas cosas y tengo que empezar de nuevo, sobre el final de un período, una cantidad de relaciones con chicos que no conozco o que conocí en tiempos que a mí me parecen de otra vida. Sin embargo, no tengo demasiadas dificultades para adaptarme a la nueva situación y en pocas semanas soy uno más del nuevo grupo. En séptimo grado hay un chico muy blanco, con cierta tendencia a engordar, de pelo rojo, lacio y abundante, que se peina de costado y se llama Latessa. No sé si se escribía exactamente así, pero sonaba así. Este chico tiene serias dificultades de aprendizaje, muestra problemas graves de conducta y por alguna razón no es muy querido en el grado. Su presencia resulta insoportable, aunque todavía no he podido explicarme por qué. La cuestión es que conmigo no tiene muy buenas relaciones, y aunque me lleva por lo menos una cabeza, nos hemos agarrado a trompadas por lo menos dos veces. En la primera pelea yo salgo bastante mal parado, aunque en la segunda puedo tener cierta revancha. Sin embargo, el conflicto con Latessa no termina y hay una tercera pelea, que pierdo, aunque logro hacerle bastante daño. Esta pelea se da a la vuelta del colegio, o muy cerca, por lo cual algún maestro es testigo directo o en todo caso se entera enseguida. Y entonces me suspenden, lo cual no es demasiado grave. Lo que sí se presenta como catastrófico es que lo llaman a papá para hablar de mí y de lo que acaba de suceder. Papá llega de trabajar al mediodía y en vez de almorzar se va directamente al colegio. Yo no quiero ni cruzarme con él y entonces subo a la terraza para evitar toda posibilidad de encuentro o reproche. Y una vez en la terraza, todavía me trepo al techo de la habitación donde duerme la mucama, para alejarme todavía más. Recuerdo que desde ahí trato de ver a papá en el momento en que va para mi colegio. No recuerdo si logro verlo, pero de lo que estoy seguro es que me mantengo en ese techo hasta que papá vuelve. De alguna manera junto fuerzas para bajar y enterarme cuál ha sido el resultado de la reunión. Papá me habla bien, no me reta, me cuenta lo que le ha dicho Saborido, que es como el director suplente, un hombre de pelo ondulado, algo cargado de espaldas, con anteojos de color verde oscuro que le dan cierta apariencia de batracio. Según Saborido a Latessa todo el grado lo tiene de punto y que de alguna manera hay que parar un poco la mano. Recuerdo entonces que papá me pide piedad para con Latessa, algo así como “ahora lo que están haciendo con este chico Latessa...” Mientras papá habla me parece mentira que el nombre de Latessa esté en boca de él, que papá gaste algunos segundos en mencionarlo. Yo lo detesto a Latessa y me parece que eso es algo que no debería suceder, que papá nunca tendría que ocuparse de un tipo como ése, que Latessa de ninguna manera merece semejante distinción.