29 de junio de 2008

La imagen de hoy: "New York Office", de Hopper

CUADERNO INFANCIA 15


Domingo a la noche. Tocan el timbre. Papá atiende. Aparece un hombre, acompañado de su mujer y dos chicos. El hombre parece desesperado. Le explica a papá que le han robado la billetera y ha perdido todo. Al punto que probablemente no tengan ni siquiera para comer. Papá es amable con él, lo escucha, le ofrece la ayuda que es capaz de darle. A papá no le son indiferentes los chicos, les ofrece algunos juguetes (no sé si ese no era precisamente el día del niño). Nos pide a Gaby y a mí si no tenemos algunos juguetes que ya no usemos para regalárselos. Quizá no sabe que ese pedido nos educa para siempre, nos marca a fuego en algún lugar del alma que el otro existe y a veces necesita nuestra ayuda. Gaby y yo elegimos dos cocodrilos de plástico, uno verde y otro rojo. Se los damos a los dos chicos, (más chiquitos que nosotros) con la plena convicción de que ellos los necesitan más.

26 de junio de 2008

Peter Brook. Tres citas.


“La compresión consiste en eliminar cuanto no sea estrictamente necesario e intensificar lo que queda, colocando, por ejemplo, un adjetivo fuerte en lugar de uno suave, conservando siempre la impresión de espontaneidad. Si se mantiene esta impresión, alcanzamos el punto en que dos personas sólo necesitan tres minutos sobre el escenario para decir lo que en la vida real les llevaría tres horas. Éste es el resultado que vemos claramente en el límpido estilo de Beckett, Pinter o Chéjov”.

La puerta abierta, p.19

“En el caso de Chéjov, el texto produce la impresión de haber sido grabado con un magnetófono, como si el autor hubiera extraído sus frases de la vida real. Pero no hay una sola frase en la obra de Chéjov que no haya sido cincelada, pulida y modificada con gran arte y maestría para dar la sensación de que el actor habla en realidad ‘como en la vida cotidiana’. No obstante, no basta con hablar y conducirse como en la vida diaria para interpretar a Chéjov. El actor y el director deben seguir el mismo proceso que el autor, que consiste en ser consciente de que ninguna palabra, por inocente que parezca, lo es. Cada palabra contiene por sí misma, y en los silencios que la preceden y la siguen, todo un entramado tácito de energías entre los personajes”.

La puerta abierta, pp.19-20

“Cuanto más importante es la obra, mayor es el tedio si la realización y la interpretación no alcanzan el mismo nivel”.

La puerta abierta, p.22

24 de junio de 2008

La imagen de hoy: "El despertar", de Balthus

CUADERNO INFANCIA 14

Una noche cualquiera de un día de semana en la casa de la calle Emilio Lamarca. Mientras bajamos por la escalera con mi hermano Eduardo vemos pasar por debajo de la puerta un libelo antisemita que dice “Los judíos, ciudadanos israelitas”. Salimos a la calle y atisbamos a lo lejos una silueta en la oscuridad que va dejando debajo de cada puerta su mensaje de odio y exterminio. Eduardo y yo vemos como el enemigo, ahí presente con su forma de sombra, se va alejando.

23 de junio de 2008

Cine. Reseña intempestiva. El latido de mi corazón, de Jacques Audiard.


Film excepcional. Uno de los primeros logros del film que se ponen en evidencia es que a partir de un guión que sigue minuciosamente el recorrido del protagonista, da con un actor que está a la altura no sólo de la personalidad excesiva del personaje sino también de los extremos contradictorios entre los cuales está obligado permanentemente a debatirse.
La película está construida sobre cuatro ejes principales, los cuales son también los que articulan la vida del protagonista. Estos cuatro ejes son: el trabajo de Tom, el padre de Tom, el (re)encuentro con la música, las dos mujeres.
El trabajo
Tom es un hombre de menos de treinta años que trabaja en negocios inmobiliarios en París, tarea que según nos muestra la película está muchas veces asociadas a diversos niveles de violencia (echar ratas en un edificio para asustar a los inquilinos, amedrentarlos, golpearlos). El personaje de Tom sufre de hiperquinesis y aun cuando está solo en un bar su cuerpo sigue en plena movilidad gracias a la música electrónica que Tom escucha incesantemente a través de un aparato con auriculares. Tom es irascible, quisquilloso, violento, desmesurado y, sin embargo esconde, sin saberlo, una gran sensibilidad.
En una de las primeras escenas del film, Tom y sus socios deben vender un inmueble o parte de él y cuando van hasta el edificio se encuentran con que ha sido ocupado por gente que no tiene dónde vivir bajo la guía de un hombre de una organización por el derecho a la vivienda. Este hombre no parece dejarles demasiadas opciones y aparentemente todo está perdido para Tom y sus socios, uno de los cuales llega tarde y es culpado por Tom del desenlace fastidioso que han tomado los acontecimientos. Sin embargo, Tom no se preocupa demasiado, hace una llamada y en la escena siguiente sus ayudantes rompen las ventanas de uno de los departamentos y levantan los pisos para hacerlo inhabitable para los ocupas parisinos. Este es el Tom inicial y esta escena no es inocente para el desarrollo de la historia: muestra toda la bajeza desde la que Tom deberá remontarse para operar en sí mismo una transformación sustancial que lo convertirá en una persona totalmente distinta. El mayor placer que se va a desprender del film para el espectador consiste en ser testigo del trabajo tortuoso que Tom debe realizar para dejar de ser quien es y convertirse en otro. Vale la pena destacar que este cambio sólo es posible porque Tom posee las potencialidades que son impensables en cualquiera de sus dos socios.
El cambio comienza a producirse en un momento en que Tom, luego de dejar a Fabricio, su socio (al que cubre permanentemente para que pueda ocultar a su esposa los numerosos encuentros amorosos con otras mujeres) ve desde su auto al que fuera representante de su madre en la puerta de un teatro. Tom detiene el auto con violencia y corre al encuentro de este amable hombre mayor, de modales delicados y respetuosos. Este hombre recuerda el pasado de pianista de Tom, que aparecía en ese tiempo como una promesa. Acá tenemos nuestra primera sorpresa: difícilmente hubiéramos podido imaginar que este joven impetuoso, agresivo y hasta brutal tuvo una relación íntima con la música. Sin embargo, en la misma conversación con el viejo nos enteramos que la madre de Tom era pianista y también representada por este señor amable. Tom explica su abandono diciendo que “a partir de la muerte de su madre todo se complicó” y no pudo seguir tocando. El señor mayor le da una tarjeta y le pide que lo llame, pues le dará una audición. En este momento se decide para Tom la posibilidad de un cambio.
El padre
A medida que la acción del film avanza nos damos cuenta que no sólo la relación de Tom con la música fue lo que se complicó a partir de la muerte de la madre. De alguna manera Tom ha ido convirtiéndose en el principal sostén del padre, en una inversión casi total de roles: el padre acude a él para que apruebe o desapruebe la mujer con la que está intentando formar pareja, o le exige a su hijo que intervenga en las poco afortunadas operaciones inmobiliarias (también el padre trabaja en operaciones inmobiliarias en París, con los mismos métodos violentos y no es difícil deducir que Tom ha seguido sus pasos con algún éxito pero sin demasiada convicción y esta falta de convicción de alguna manera lo salvará) . A pedido del padre, Tom golpea sin piedad a un hombre dueño de un restaurant que le debe a aquel seis meses de alquiler. Luego de este hecho, Tom le pide al padre que no lo busque más y el padre de hecho desaparece hasta que se ve involucrado en otra disputa de la que sale físicamente maltrecho: lo han estafado y al tratar de reaccionar lo han golpeado sin compasión. Nuevamente el padre le pide que intervenga, Tom lo intenta y se da cuenta que esta vez el adversario es realmente peligroso por lo cual le advierte al padre que debe dejar todo como está. El padre se muestra perplejo por el consejo de Tom y lo trata con desprecio.
La música
Por otro lado, Tom no ha olvidado el llamado al ex representante de su madre y se aleja unos instantes de una de sus habituales reuniones de trabajo en la oficina para, luego de algunas vacilaciones, llamar y conseguir una audición. Desde ese momento, la vida de Tom comienza a cambiar de manera visible: se preocupa de conseguir alguien que lo ayude a entrenarse para ese momento y consigue por fin una pianista china que no habla una palabra de francés pero que, al cumplir el rol de profesora se va transformando poco a poco en su principal sostén en este intento, a pesar de los modales groseros y violentos de Tom. Es importante señalar que varias veces, a modo de tránsito entre dos mundos, la cámara va a mostrar las manos de Tom heridas en defensa del padre, esforzándose por tocar el piano con la mayor destreza posible. Esta pianista obliga a Tom al mayor de los esfuerzos y en ningún momento se permite hacerle la menor de las concesiones.
Las mujeres
La preocupación cada vez mayor de Tom por sus avances en el piano empeora cada vez más su rendimiento en su actividad laboral. Inexorablemente esto trae aparejados varios problemas con sus socios, que detectan en Tom un creciente desinterés que se traduce en errores e impuntualidades con efectos directos sobre los resultados. Sin embargo, Fabricio sigue confiando en Tom para que este lo cubra en sus numerosas infidelidades. Y la mujer de Fabricio termina por descubrir la verdad y culpar a Tom por haberla engañado durante tanto tiempo. Por toda respuesta Tom le declara su amor y logra convencerla de que siempre ha estado enamorado de ella. Ella le corresponde y ambos inician una relación a espaldas de Fabricio. Uno no puede dejar de vivir esta relación de Tom como un escape, una bocanada de oxígeno en ese mundo sórdido en el que Tom está sumergido.
La víspera del momento tan esperado de la audición (día que la profesora china ha recomendado para descansar y concentrarse) los socios van a buscar a Tom a la madrugada para terminar de cerrar una operación. Cuando llegan al lugar, este está ocupado y una vez más los socios golpean sin piedad a aquellos que han ocupado el departamento. Por primera vez observamos cuáles son los cambios producidos en Tom: no es capaz de golpear y a duras penas puede soportar el espectáculo que se presenta ante él. A la mañana siguiente, en el momento de la audición, Tom fracasa estrepitosamente y se va avergonzado del teatro. Cuando llega al departamento del padre se encuentra con que le han disparado y yace muerto contra la pared ensangrentada. Tom sabe que el asesino es aquel sobre el cual había advertido, sin éxito, a su padre.
Cuando pareciera que la película va a terminar, se nos informa que han pasado dos años. Tom se ha convertido en un pianista bastante reconocido que da conciertos periódicamente y se ha casado con la pianista china que también ha cosechado su propio éxito. De hecho, Tom sale del teatro donde toca para llevar a su mujer al teatro donde ella deberá dar tocar. Luego de dejar el auto en el estacionamiento, Tom camina bajo la lluvia y ve al asesino de su padre. En lugar de dejarlo ir, Tom decide seguirlo. Se encuentra con él en el baño, lo observa al punto que el ruso se siente observado. Luego de confirmar que se trata del asesino de su padre lo golpea brutalmente. Se entabla entre los dos una lucha que Tom gana con dificultad. Logra quitarle el arma al asesino pero aunque lo intenta no puede matarlo. Luego de dejarlo casi agonizante en la escalera de servicio donde se ha dado la lucha, Tom vuelve al baño, se lava como puede y se sienta en su lugar en el teatro para escuchar a su mujer. Por fin se ha dado la síntesis superadora: ha vengado a su manera a su padre, ha saldado las cuentas con él y con la violencia. De ahora en más podrá dedicarse a la música, plenamente, sin obstáculos de ningún tipo.

La imagen de hoy: "Petwort. El artista y sus admiradores", de Turner

22 de junio de 2008

CUADERNO INFANCIA 13


En el restaurant La Emiliana. Tengo unos cinco o seis años. Es domingo y papá nos ha llevado a todos a almorzar ahí. En otra mesa hay un hombre calvo, acompañado por otras personas, adultas, y algunos niños. Mi papá o mis hermanos me dicen quién es verdaderamente y yo no lo puedo creer. Es uno de los ídolos de mi infancia, está a pocos metros, puedo seguir cada uno de sus movimientos. No tiene el peluquín que usa en la tele y está vestido elegantemente de traje y corbata lo cual hace difícil reconocerlo. Pero es él. Es toda una revelación para mí, que probablemente compruebo por primera vez que las personas que aparecen en la tele son reales, tienen una familia, comen en un restaurant como cualquier otro y hasta tienen una manera personal de vestir que no tiene nada que ver con lo que veo en los programas de TV. Sentado a esa mesa, Pepe Biondi no se parece nada a lo que yo estoy acostumbrado a ver. El azar me pone a jugar con otro chico. Vamos, venimos, corremos. Ese chico es el nieto de Biondi. Yo estoy orgulloso de jugar con el nieto de Biondi.

La imagen de hoy: "Adán y Eva", de Durero

CUADERNO BESTIARIO 7: Un sueño en color blanco

Un sueño: un conejo muy grande, robusto, blanquísimo y un león pequeño, casi cachorro, también blanco. Se diría que los dos tienen el mismo tamaño. Yo observo todo. Veo como el león advierte la presencia del conejo, lo reconoce. Y también cómo, en una especie de movimiento eléctrico que lo hace retroceder, el conejo se da cuenta de la presencia del león y de la amenaza que significa. El conejo quiere escapar pero es demasiado tarde. El león ya lo ataca, lo muerde en la nuca, se lo lleva. Tengo toda la impresión de que este conejo enorme es una de las primeras víctimas del leoncito. Quizás la primera. El conejo da un grito desesperado que no es sino un quejido escalofriante que denuncia que lo están asesinando. Yo también entiendo todo esto como un asesinato. No quiero mirar y no puedo dejar de mirar. Recién ahora me doy cuenta de que el conejo es blanco y el leòn también. Ambos protagonizan el mismo hecho como una sola masa blanca en un movimiento atroz.

20 de junio de 2008

La imagen de hoy: "Dr Koch", de Dix

CUADERNO INFANCIA 12

Una tarde en la casa de la calle Emilio Lamarca. Quizás un sábado pero no estoy seguro. La luz entra plena por las ventanas del living y cada objeto pareciera resplandecer. Mi hermano Eduardo está escuchando el disco de Serrat sobre poemas de Miguel Hernández. Cuando comienza Nanas de la Cebolla, los dos sentados en el sillón verde perpendicular a la calle, se ocupa de explicarme cada uno de los versos y asimilo cada palabra como si para mí de eso dependiera seguir respirando. Sólo se detiene en los versos “cuando en la dentadura/sientas un arma/ sientas un fuego/ correr dientes abajo/buscando el centro”. Insisto, le pregunto qué quiere decir, pero él se limita a pedirme disculpas y explicarme que hasta ahí él no puede llegar: debería ser más grande para entenderlo. Yo me pregunto qué carajo querrán decir esos versos, qué se esconde detrás de esas palabras, qué es exactamente lo que mi hermano no se atreve a contarme. Sin embargo, algo comienzo a imaginar, de una manera vaga y confusa.

19 de junio de 2008

La imagen de hoy: "Dedicatoria", de Schulz

CUADERNO BESTIARIO 6: Fragmento de "Juan Darién", de Horacio Quiroga


"Pero el tigre no había muerto. Con la frescura nocturna volvió en sí, y arrastrándose presa de horribles tormentos se internó en la selva. Durante un mes entero no abandonó su guarida en lo más tupido del bosque, esperando con sombría paciencia de fiera que sus heridas curaran. Todas cicatrizaron por fin, menos una, una profunda quemadura en el costado, que no cerraba, y que el tigre vendó con grandes hojas.
Porque había conservado de su forma recién perdida tres cosas: el recuerdo vivo del pasado, la habilidad de sus manos, que manejaba como un hombre, y el lenguaje. Pero en el resto, absolutamente en todo, era una fiera, que no se distinguía en lo más mínimo de los otros tigres.
Cuando se sintió por fin curado, pasó la voz a los demás tigres de la selva para que esa misma noche se reunieran delante del gran cañaveral que lindaba con los cultivos. Y al entrar la noche se encaminó silenciosamente al pueblo. Trepó a un árbol de los alrededores y esperó largo tiempo inmóvil. Vio pasar bajo él sin inquietarse a mirar siquiera, pobres mujeres y labradores fatigados, de aspecto miserable; hasta que al fin vio avanzar por el camino a un hombre de grandes botas y levita roja.
El tigre no movió una sola ramita al recogerse para saltar. Saltó sobre el domador; de una manotada lo derribó desmayado, y cogiéndolo entre los dientes por la cintura, lo llevó sin hacerle daño hasta el juncal.
Allí, al pie de las inmensas cañas que se alzaban invisibles, estaban los tigres de la selva moviéndose en la oscuridad, y sus ojos brillaban como luces que van de un lado para otro. El hombre proseguía desmayado. El tigre dijo entonces:
-Hermanos: Yo viví doce años entre los hombres, como un hombre mismo. Y yo soy un tigre. Tal vez pueda con mi proceder borrar más tarde esta mancha. Hermanos: esta noche rompo el último lazo que me liga al pasado.
Y después de hablar así, recogió en la boca al hombre, que proseguía desmayado, y trepó con él a lo más alto del cañaveral, donde lo dejó atado entre dos bambúes. Luego prendió fuego a las hojas secas del suelo, y pronto una llamarada crujiente ascendió. Los tigres retrocedían espantados ante el fuego. Pero el tigre les dijo: '¡Paz, hermanos!', y aquéllos se apaciguaron, sentándose de vientre con las patas cruzadas a mirar".

16 de junio de 2008

CUADERNO INFANCIA 11



Apenas puedo evocar algunas imágenes muy débiles de mi primera mañana en el Colegio Maimónides. Tengo siete años y estamos en mayo o en junio. Pero puedo recordar perfectamente un episodio de mi primera tarde, en la clase de hebreo. Estamos en el aula del segundo piso, la que da directamente a la avenida Avellaneda. Me han sentado al lado de un chico que es bastante más grande que yo, me lleva dos o tres años. A la tarde, en la clase de hebreo, se juntan chicos que durante la mañana, en las clases de castellano, van a diferentes grados y por lo tanto tienen diferentes edades. Incluso hay quienes de mañana van a otros colegios, pero vienen a la tarde especialmente a estudiar hebreo. Por lo tanto, yo, que estoy en tercer grado a la mañana, a la tarde estoy en primero, junto con chicos de seis años, pero también con otros mayores que yo. Y el primer compañero de banco que me toca en suerte es mayor que yo. Y es un tipo pesado, agresivo, y se ocupa de hacerme sentir que soy nuevo. Me pregunta idioteces y recibe mis respuestas con comentarios despectivos. Yo me defiendo como puedo mientras la maestra nos habla en un idioma del cual no entiendo una sola palabra. Siento un desasosiego que imagino eterno, ya que no puedo figurarme de qué manera voy a comprender alguna vez las palabras que nos dice la maestra delgada, de pelo corto y ondulado, de modales suaves. Mientras tanto, el pesado que me tocó en suerte no para de hablarme. En algún momento establecemos un pequeño intercambio de preguntas y respuestas, no sé sobre cuál tema. Yo hago algún tipo de afirmación tajante y él me desafía: “juralo”. Inmediatamente, a manera de juramento, cruzo sobre mis labios el dedo índice de mi mano derecha, tal cual como aprendí a jurar con mis compañeros de mi escuela anterior, mis compañeros del barrio. El pesado me ve, se horroriza y me pregunta “¿qué hiciste? ¿Qué hiciste?”. Yo me quedo petrificado, incapaz del menor movimiento. Me doy cuenta de que lo que acabo de hacer es una especie de insulto en un colegio judío y me preparo para lo peor: que este imbécil se lo diga a la maestra. Inmediatamente decido que voy a negar el gesto que acabo de hacer ante él, ante la maestra, ante la directora, ante el rabino y ante el presidente de Israel. Sin embargo, el pesado no insiste y todo termina ahí.

Brecht. Sobre la dificultad de los papeles pequeños


“B. comentó en una ocasión, refiriéndose a un joven actor: ‘Tiene condiciones, pero no tiene técnica. Todavía no puede desempeñar papeles pequeños”. B. Señalaba así la dificultad de los pequeños papeles. Pero también sabía, naturalmente, que hay quienes tienen condiciones para grandes papeles y quienes tienen condiciones para papeles pequeños. Refiriéndose a este hecho, solía relatar una anécdota del finés Nurmi, un corredor de resistencia. Por la estupidez y el afán del lucro de sus agentes, Nurmi debió intervenir en una carrera de trayecto corto. Sorprendentemente incapaz de apresurar su carrera regular, calculada para trechos largos, salió perdedor en la competencia.”

Bertolt Brecht. Escritos sobre teatro 3, Nueva Visión. p.63

12 de junio de 2008

La imagen de hoy: "La balsa de la medusa" de Gericault

CUADERNO INFANCIA 10

Schnitzler, mi maestro de séptimo grado. Alto, joven, estudiante de medicina, no me lo puedo imaginar sin el delantal. Quizá no tengo un buen recuerdo de él pero, si lo pienso, no era malo conmigo sino todo lo contrario. Tal vez el origen de ese recuerdo tiene que ver con la presunción de que había actitudes mías que él no aprobaba. Quizá veía en mí cierta actitud desafiante, insolente. Pero nunca me cuestionó por esto. Creo que me valoraba y la prueba más clara está en que un día decidió llamar a cuatro alumnos que serían los capitanes de cuatro grupos de trabajo. Los cuatro eran los mejores del grado: si no me equivoco, Di Mateo, Steinman, Goldbaum, Zaiat. Recuerdo perfectamente que miró hacia mi lugar, donde yo seguía la convocatoria sin disimular mi interés. Entonces Schnitzler me llamó y me dijo que yo también me uniría al grupo de los “capitanes” como un “subcapitán”. Me puse contento porque comprobé de inmediato que Schntizler me tenía entre los mejores. Y al mismo tiempo no pude dejar de sentirme defraudado ya que no se me escapaba que era un “sub-capitán”, alguien que estaba por debajo de los otro cuatro, al que el maestro tuvo que inventarle un lugar. Sin embargo, el hecho de que hubiese generado ese lugar para mí me halagó. La idea era armar algo así como una “feria de ciencias” en la que teníamos que investigar diferentes temas. El de nuestro grupo, que yo compartía con Steinman, el capitán, era investigar el proceso de ósmosis, para lo cual yo tuve conmigo mi enciclopedia “Cosmos”. Ese fue un buen gesto de Schnitlzer. Otro fue hacerme una prueba e integrarme en el equipo de fútbol, como suplente, para el campeonato intercolegial de futbol. Participé de todos los entrenamientos y nunca jugué en la cancha, pero como el equipo salió campeón y yo estaba anotado en la lista del equipo que jugaría el partido final, tuve entonces la primera y única medalla de mi vida por una actividad deportiva. Recuerdo que Verdier (maestro de sexto grado a quien yo conocía desde primero) trajo esa lista bendita en la que yo pude comprobar que estaba mi apellido. A cada uno que nombraba, Verdier le daba la medalla. Cuando llegó mi turno y Verdier me dio una especie de moneda en una de cuyas caras había el relieve de un jugador, Schnitzler, que sin duda era bien consciente de la importancia que tenía para mí ese premio, me dijo con una sonrisa muy afectuosa: “Bien, Daniel !!!!!”. Recuerdo como alargó la frase mientras yo tomaba la medalla y miraba con fascinación el jugador en relieve que corría con la pelota. Sin embargo, hay una anécdota que borra estos recuerdos tan buenos. Un día, en medio de la clase, alguien acusa que le falta la lapicera. Inmediatamente, Schnitzler ordena que se revisen todas las valijas hasta que la lapicera aparezca. No sé si la situación me aburre o de verdad me estoy haciendo pis, pero no tengo mejor idea que levantar la mano y pedir permiso para ir al baño. Cuando vuelvo, Schnitzler me cuenta que la lapicera que faltaba había aparecido en mi valija. Con lo cual estaba confesando que había permitido que la abrieran en mi ausencia. Me limito a responder que yo no robé esa lapicera. Estoy seguro que nadie duda de mí, nadie puede imaginarse que yo podría quedarme con la lapicera de otro. Sin embargo, me quedan algunas certezas: alguien me tiene suficiente odio como para esconder un objeto robado en mi valija. También que no puedo confiar en Schnitzler, que permite que revisen mi valija (nunca pude saber quién la revisó, lo cual hubiese sido revelador: de una manera quizás obvia, quien la encontró pudo haber sido el verdadero ladrón que no imaginó nada mejor que ponerla en mi valija). Hasta ahora me sigo preguntando si Schnitzler realmente creyó que yo había robado la lapicera.

11 de junio de 2008

La imagen de hoy: El hallazgo del cuerpo de San Marcos, de Tintoretto

Brecht. Tendencias generales que el actor debería combatir


Buscar el centro del escenario.
Apartarse de los grupos, para quedar solo.
Aproximarse a la persona a la cual le está hablando.
Mirar constantemente a la persona con la cual dialoga.
No mirar a la persona con la cual dialoga.
Colocarse siempre en línea paralela al borde del escenario.
Levantar la voz a medida que aumenta la velocidad del discurso.
En lugar de representar una cosa después de la otra, representar una cosa a partir de la otra.
Esfumar los caracteres contradictorios de un personaje.
No investigar las intenciones del autor.
Subordinar las propias experiencias y observaciones a las presuntas intenciones del autor.


Bertolt Brecht. Escritos sobre teatro 3. Nueva Visión, p.62

10 de junio de 2008

La imagen de hoy: Astrónomo, de Vermeer.

Cine. Reseña intempestiva. Letras prohibidas de Philip Kaufmann


La película se inicia con un equívoco. Una voz en off comienza a contarnos la historia de una mujer muy pervertida que siente pasión por las experiencias carnales más dolorosas. Simultáneamente vemos a un hombre obeso gigantesco que le ata las manos con cierta violencia. Inmediatamente asociamos la historia contada por la voz en off y la imagen de la mujer que parece sufrir. Sin embargo, percibimos de inmediato que hay algo que no funciona: el hombre tosco que le ata las manos a la mujer a lo que menos se parece es a un amante exquisito. Y pronto advertimos que esa intuición es acertada. Ese hombre tosco no es un amante sino un verdugo y estamos en pleno terror bajo Robespierre. Año 1794. La mujer está siendo preparada para su decapitación. Dos detalles dan una dimensión fabulosa a la escena. En el momento en que la víctima es obligada a apoyar su cuello en el aparato se encuentra (nos encontramos) con una canasta en la que descansan las cabezas de los que la antecedieron. Uno puede imaginar el horror de esa mujer a quien le faltan sólo segundos para que su cabeza acompañe a las demás. Cuando la mujer no termina de digerir todo ese horror unas gotas de sangre caen junto a su boca, provenientes de la hoja de metal de la guillotina. La escena se resuelve magistralmente con la cámara subjetiva (que figura la hoja de la guillotina) acercándose en picada hacia la nuca de la víctima. Fundido a negro y aparecemos en el Hospicio de Charenton, donde Sade terminará sus días.
La película, como su título lo indica, trata de la prohibición de escribir impuesta al Marqués de Sade luego de que Napoleón decide que el libro Justine (que Sade, interpretado por Geoffrey Rush, escribe y envía clandestinamente desde el Hospicio para su publicación) debe ser quemado y su autor condenado a muerte. Algún colaborador de Bonaparte lo convence de que en lugar de fusilarlo haga lo posible por su cura. Con ese fin es enviado como supervisor a Charenton Roger-Collard. En ese momento comienza el enfrentamiento entre el supervisor, que obliga al abate Coulmier, hasta entonces director progresista del hospicio, a tratar a Sade de manera cada vez más rigurosa. Luego de una representación de una de sus obras por los internos (Crímenes de amor) a Sade se le prohibe escribir y desde ese instante el marqués agotará todos los medios para plasmar las historias que según él no lo dejan de atormentar ni de noche ni de día. A Sade se le quitan el papel, las plumas y la tinta. Escribe con vino un enorme texto sobre una sábana y la sirvienta Madeleine (interpretada por Kate Winslet), por medio de quien Sade logra sacar sus escritos de Charenton, lo pasa sobre el papel y lo envía a París. El truco es descubierto por Roger-Collard y la habitación de Sade es despojada de absolutamente todo. Sade se flagela y escribe con su propia sangre sobre sus ropas. El marqués a partir de ese momento se pasea por su habitación completamente desnudo. Sade decide por pedido de Madeleine hacer un relato oral que es transmitido por algunos internos de Charenton de celda en celda. La propia sirvienta es la encargada de recoger la versión última y consignarla en el papel. Todo culmina en un incendio. Madeleine es asesinada por uno de los locos del hospicio. Y como castigo Sade sufre la extirpación de su lengua. Sin embargo, prosigue. Escribe sobre las paredes de una celda de alta seguridad con sus propios excrementos.
Es un film sobre la resistencia. Sin embargo, peca de cierto esquematismo en el diseño de los personajes, esquematismo que se origina en la idealización que el director hace de la tarea de escribir. Hay como una idolatría del “espíritu” de un escritor, que en este caso no puede vivir sin consignar las imágenes que lo persiguen sobre cualquier medio. Sade se debate constantemente entre la idea de la imposibilidad de vivir sin escribir y la banalización de su propia obra a la que considera “sólo ficción”. El abate Coulmier es prácticamente un santo incapaz de dañar al prójimo, que se flagela cuando se considera culpable de una traición que sin embargo no puede evitar. Madeleine es la virgen que alimenta la lascividad de todo el hospicio. Y el alienista Roger-Collard aparece como una condensación del mal.
A pesar de ser una obra sobre el marqués de Sade, al film de Kaufmann le falta carnalidad. En la lucha entre el espíritu y la carne en este film gana claramente el espíritu, lo cual lo vuelve algo ingenuo y poco creíble.

7 de junio de 2008

La imagen de hoy: Primavera, de Munch

Cine. Breve comentario intempestivo: Fragmento de "La mujer ha salido para engañar a su marido” de Otar Ioselliani

Una cocina como de restaurant, con varias portezuelas que dan a diferentes habitaciones o salas. Cada una de las salas funciona como cámara de torturas y en “la cocina” se preparan los instrumentos de tortura que se sirven a través de las portezuelas, según necesidad. Cocina como un espacio usado según una función diferente. En una de las salas un oficial torturador se prepara para una sesión de torturas a un prisionero. Ha llevado a su hijo para que observe y aprenda: cuando salen padre e hijo su madre los espera. La madre le pregunta al chico mientras el auto comienza a moverse: “¿fue interesante?”

CUADERNO BESTIARIO 5. Crías Asesinas. La hiena y el tiburón arenero


La hiena: la hiena hembra tiene concibe más o menos cuatro crías, las cuales, cuando nacen ya cuentan con todos los dientes y con la fuerza y la agresividad que conservarán virtualmente a lo largo de toda su vida. Apenas nacidas, comienza entre ellas una lucha continua y despiadada. En esta lucha a muerte sobrevive solamente la que se muestra más fuerte y combativa, es decir, aquella que logra aniquilar a las demás. Es decir, su instinto las lleva a matar a las crías que la han acompañado desde su concepción. Así, las pequeñas hienas que logran sobrevivir tienen garantizada una agresividad extrema que les permite encontrar y conservar su lugar en el mundo.



Tiburón arenero: el tiburón hembra lleva en su seno varias crías que allí se van desarrollando, preparándose para salir al mundo. Sin embargo, cada una de ellas no sólo se desarrolla con cierto vigor sino que aprovecha a su fuerza para devorarse a sus congéneres dentro del interior mismo de su progenitora. Cuando llega el momento el momento de venir al mundo, sólo uno ha quedado vivo. Sus "hermanos" han sido aniquilados. Así, el nuevo especimen de tiburón está desde el inicio preparado para matar. Como si hubiese hecho no solamente un aprendizaje de supervivencia sino de exterminio.

6 de junio de 2008

La imagen de hoy: "American Gothic", de Wood.

CUADERNO INFANCIA 9

Tengo once o doce años. Partido de fútbol en la Plaza Vélez Sarsfield, justo en la esquina de Bahía Blanca y Bogotá. Creo, no sé por qué, que en ese momento no tenía ninguna conciencia de que esa calle se llamaba Bogotá. Pero sí sabía los nombres de todas las calles que cruzaban Avellaneda desde Nazca hasta Segurola. En medio del partido hay un cruce entre Carlitos Steinmann y yo. En realidad la bronca viene de lejos. Hay como una violencia contenida que va a salir a la superficie en este preciso momento, en esta tarde soleada. Cruzamos algunos empujones, algunos manotazos. Piñas. Lo único que recuerdo es mi impotencia para llegar a la cara de Carlitos. Y, en contraste, la facilidad con que Carlitos me golpea en la nariz, la boca, veloz, eficaz, implacable. Mi impotencia se transforma en llanto. La pelea se detiene, lloro, doy un espectáculo que ahora me parece lamentable. Nos seguimos recriminando, no puedo recordar qué le digo. Se anota para siempre la superioridad de Carlitos Steinmann en lo que se refiere a pelea. Quedamos sin hablarnos por un buen tiempo, lo que podía significar una semana o dos, o acaso un mes. Me siento vencido, como si hubiese quedado en deuda con él para siempre. Un día estoy con mis amigos por la calle Joaquín V. González, en la que vivía Carlitos. Nos cruzamos con la madre, en la puerta de la casa o muy cerca. Todos la saludan menos yo. La mujer se da cuenta y me recrimina por no mirarla siquiera. Y me pregunta si no la saludo porque estoy enojado con Carlitos. No puedo recordar mi expresión, pero sé que me siento ridículo y que la mujer, siempre amable, piola, no se merece de ninguna manera que alguien le retire el saludo. Ni siquiera por haber perdido todo el orgullo en esa pelea. No puedo recordar mi expresión, pero sé que me mantuve callado y ese silencio se interpretó como una confirmación de que lo que la mujer me decía era cierto. Creo que nunca lo pude perdonar a Steinmann. Un día caminé hasta el quiosco que había en Gaona y Joaquín V. González. No sé qué era que tenía que comprar. Habían pasado dos o tres años desde la última vez que nos vimos. En el camino no sólo me crucé con Steinmann y con la madre sino que además fuimos caminando en el mismo sentido durante dos o tres cuadras, hasta llegar, ellos dos y yo, al mismo quiosco. Carlitos y la madre también iban a entrar allí. Ya no era el chico que había conocido sino que empezaba a asomar en él el cuerpo tosco del adolescente. En todo ese trayecto no nos saludamos. Tampoco mientras estuvimos adentro de ese quiosco en el que apenas cabíamos los tres. Nunca me pude quitar la culpa por ese episodio. Es claro que tanto él como yo teníamos la responsabilidad por no habernos saludado Pero en mi recuerdo el único culpable soy yo. Estoy seguro que fue mi rencor el que me impidió levantar la mano y decirle “hola Carlitos”. Me pregunto si él se acordará de esa última vez que nos vimos. Me pregunto si se acordará de mí. Yo lo quería, era un buen amigo y lo conocía desde muy chiquito, desde que entró al Alfredo Colmo a los siete años. Creo que a la vergüenza por la pelea perdida se sumó el dolor por una amistad que se quebró, sin que yo lo entendiera todavía, definitivamente. Ahora mismo lo puedo ver, el pelo rubio, el flequillo, los ojos claros, las pecas. Y me acuerdo de su risa contagiosa y de sus modales arrogantes, consciente de su propio valor.

Cine. Reseña intempestiva. Bienvenidas al paraíso. (Vers le sud) de Laurent Cantet

Brenda, una mujer de cuarenta y ocho años, viaja a Haití para intentar reencontrarse con Legba, un joven negro al que ha conocido tres años antes en la misma playa cuando visitó por primera vez a Haití en compañía de su esposo. En una de las primeras escenas Brenda le habla a la cámara y cuenta cómo conoció a Legba, un joven de quince años al que ella y su marido se dedicaron a cuidar y a alimentar en su primera visita. Brenda cuenta que un día que fueron a nadar, ella tuvo relaciones con él y tuvo entonces su primer orgasmo, a los cuarenta y cinco años. Ahora, sin su marido, completamente sola ha retornado a Haití para reencontrarse con el joven negro. Pero para eso deberá sortear los obstáculos que representa Helen, una profesora de Boston, que viene todos los veranos desde hace seis años para requerir los servicios de diferentes sementales negros, pero también -y sobre todo- de Legba. Helen se ríe de las veleidades románticas de Brenda, que no oculta su enamoramiento. Sin embargo, Helen no está menos enamorada, aunque lo disimula detrás de su actitud cínica, despectiva, dura, autoritaria. Un tercer personaje, una mujer que se mantiene a igual distancia de ambas, expone de alguna manera la clave de la película: afirma que en Haití se permite experiencias que no tendría en la ciudad donde vive y trabaja. De este modo, Haití se presenta para ellas como el paraíso en el que pueden cumplir sus fantasías sexuales, fantasías que nunca se atreverían a concretar si se dieran allí donde tienen sus hogares. Por esa razón el personaje de Helen, encarnado por Charlotte Rampling, le recrimina a Brenda haberle comprado a Legba una camisa que lo hace parecerse a un negro de Harlem. Legba le pregunta si no le gustan los negros de Harlem y Helen lo admite: no le gustan. Los negros de Harlem están fuera de contexto para Helen y jamás soñaría con tener alguno en su cama. La estrategia de Brenda, afectuosa y amable, parece surtir mucho más efecto sobre Legba que la de Helen, la cual disimula mal su desesperación. Toda esta nube fantasiosa en la que viven estas mujeres se disipa cuando Legba es asesinado por razones oscuras, confusas, como gran parte de la población de Haití que es aniquilada sin saber por qué. Con este crimen queda en evidencia un contraste de evidente significación política: lo que significa el paraíso para estas mujeres occidentales, es un verdadero infierno para la población haitiana, condenada a vivir bajo un sistema que masacra a sus ciudadanos sin dar demasiadas explicaciones. Estas mujeres vienen a buscar diversión justo allí donde se cometen las mayores injusticias, lo cual podría presentarse como una metáfora de la incomprensión que permanentemente ha mostrado Europa respecto del Tercer Mundo. Y no solo incomprensión sino también displicencia, suficiencia, sentimiento de superioridad. Cuando de alguna manera Helen toma conciencia de esto decide volver a Boston. En cambio, Brenda, que la noche de la muerte de Legba ha logrado salir de la depresión acostándose con otro negro haitiano, decide que no va a volver a Europa sino que va a quedarse “en el sur” para recorrer diferentes islas americanas de nombres bonitos, Cuba, Martinica, etc.
El título en francés, “hacia el sur” (que habla sobre todo del recorrido de la protagonista, Brenda, a quien dedica el director algunos de las primeras tomas del film) me parece que habla perfectamente de este contraste entre los habitantes de dos mundos que, más allá de la voluntad de algunos intelectuales, no logran comprenderse.

4 de junio de 2008

La imagen de hoy: "De noche en la oficina", de Hopper


Fragmento del borrador de la obra "Vals", de Héctor Levy-Daniel.

Cuando todavía tenemos en la escena pura oscuridad ya se empiezan a oír voces de niños, muchos niños como en el recreo, en el patio de un colegio. Muchos de los niños hacen preguntas y esas preguntas se destacan de las demás, como por ejemplo “ de qué están hechas las nubes”, “de qué está hecha la luna”, “por qué existe la lluvia”, “por qué nos olvidamos de las cosas” etc. Las preguntas pueden extenderse todo lo que se desee. Pero entre todas las preguntas termina por prevalecer la voz de un niño que pregunta una y otra vez “qué es una onda expansiva”. Por toda respuesta la voz de la maestra dice “el número primo es aquel que puede dividirse solamente por sí mismo y por la unidad”. Pero la voz del niño se mantiene en su pregunta: “qué es una onda expansiva”. Esta misma voz se va fundiendo progresiva e imperceptiblemente con la melodía de un vals, que se ejecuta en algún lugar, bien lejos. Sin embargo, esta melodía se hace cada vez más presente.


Esa melodía del vals
Es la que ilumina el desierto.
El suelo gris reseco,
Polvoroso, desolado.
La luz blanca, cegadora..
Una pareja de novios
Baila al son de la música..
El hombre está vestido con smoking,
La mujer con un vestido blanco.


La melodía del vals puede oírse con suma claridad.

El hombre y la mujer bailan.
Se miran con avidez, con amor.
Se acarician.
Se detienen.
Cambian el paso.
Cambian el ritmo
Y la velocidad.
Mientras bailan
No olvidan a las personas imaginarias
Que los rodean y los aplauden.



Se pueden oír los aplausos y los gritos de júbilo de personas.
Con las voces de la gente que aplaude y grita como fondo, la melodía del vals se convierte ahora en la voz del niño que formula una nueva pregunta: “por qué morimos”. La pregunta se repite ininterrumpidamente una y otra vez.


Aunque están solos.
Ellos no dejan de bailar,
Aun cuando de la melodía del vals
Ya no quedan ni rastros.
El hombre y la mujer continúan
Su danza.


La voz del niño se hace cada vez más lejana hasta perderse por completo.

Los novios se detienen,
El hombre se inclina
Hasta apoyar la oreja en el suelo.
Así permanece unos instantes.
Prueba con una oreja
Y luego con otra.
El hombre advierte
Que su smoking está sucio
Con el polvo del desierto.
Se pone de pie,
Se da unas palmadas
En las solapas.
Se quita el saco
Y se lo tiende a la novia.
Ella lo toma con cuidado.
El hombre vuelve
A apoyar la oreja en el suelo.
Escucha con atención.
Luego gira la cabeza
Y usa la otra oreja.
La mujer ríe.
Súbitamente el hombre se incorpora.
Olvida a la novia
Y comienza a correr.
La deja sola
Por algunos segundos.
La mujer comprende a tiempo,
Se arroja al suelo.


Se oye como un zumbido que proviene de la tierra, desde lejos.

EXPLOSIÓN

La onda expansiva de la explosión es devastadora. La escena entera tiembla.

Héctor Levy-Daniel

3 de junio de 2008

La imagen de hoy: "Fantasy", de Mark Rothko


CUADERNO INFANCIA 8



Después de pasar cuatro años en el colegio Maimónides, de los siete hasta los once, cursé el séptimo en el Alfredo Colmo, donde había estado en primer y segundo grado. La retirada del Maimónides fue traumática para mí pero no alcancé a darme cuenta hasta que entré en la adolescencia. De un día para el otro mi núcleo de pertenencia, mis amigos, mis códigos, todo había desaparecido. En su lugar había chicos buenos y amables, que me querían y me respetaban: los chicos del colegio Alfredo Colmo. Yo los quería también, pero seguía extrañando el Maimónides, la convivencia con compañeras mujeres, los amigos con los que había atravesado gran parte de mi segunda infancia. Soñaba con volver a verlos, soñaba con recuperar mis vínculos que se habían cortado de manera tan abrupta. Un día nublado, creo que en la festividad judía de Rosh Hashaná, estoy parado en la esquina de Avellaneda y Nazca, enfrente del templo, probablemente esperando el 172. De pronto aparece en la otra vereda de la Avenida Avellaneda alguna de mis ex compañeras que me reconoce y levanta la mano en señal de saludo. Aunque no puedo recordar quién es la que me saluda, sé que mi alegría es enorme. Puedo cruzar, puedo tratar de recuperar lo que tanto dolor me ha provocado perder. Sin embargo, me limito a levantar la mano para devolver el saludo. Me muero de ganas de hablar, de preguntarles cómo están todos, de contarles lo que ha sido de mí. Pero el empedrado de la avenida se me aparece como el agua de un río que no se puede atravesar, un río que me condena a separarme de mis compañeros para siempre. Me consuelo con la idea de que la chica que me saluda se estará preguntando qué será de mí, sin traje en año nuevo judío, aparentemente sin ninguna intención de pisar el templo. Me basta la ilusión de convertirme en objeto de sus pensamientos sin sospechar que probablemente ella ya me ha olvidado cuando el 172 llega y yo me subo para volver a mi casa.

2 de junio de 2008

La imagen de hoy: "El otoño", de Watteau


Pasolini Prosimo Nostro, de Giuseppe Bertolucci


A medida que se atraviesa este film documental, sobre Pasolini, con Pasolini, a partir de algunos eventos relacionados al rodaje de Saló, quedan en claro algunas ideas fundamentales del director y poeta:

-El poder es poder sobre los cuerpos. Según Pasolini ya lo expuso Marx: Pasolini identifica cuerpo y fuerza de trabajo. Y si para Marx la fuerza de trabajo es mercancía, entonces el cuerpo mismo también lo es.

-La libertad total es imposible.

-Se ha pasado de una situación represiva absoluta (que prohibe todo y por lo tanto habilita a hacerlo todo, a transgredir todo) a una falsa libertad que nos permite para hacer algo dterminado (el amor libre heterosexual) pero nos pone como obligación hacer aquello que está permitido y nada más.

-El principal enemigo es la sociedad de consumo que lo homogeneiza todo. El poder es la sociedad de consumo y no hay manera de combatirla porque cada recién nacido es ya en el inicio de su vida un consumidor. Pasolini confiesa que él mismo no puede escapar a la sociedad de consumo.

-Los jóvenes no tienen salida. Los jóvenes contemporáneos de Pasolini son según él energúmenos y no hacen sino lo que hacen todos. Hay un modelo para hablar, vestirse, pensar. Todos son dominados por la sociedad de consumo. No es de extrañar que sean los hijos de una generación que vivió bajo el fascismo (con indiferencia, con admiración, con entusiasmo).

-La función del intelectual es criticar la sociedad. Y el objeto de esta crítica es lo que sucede permanentemente a nuestro alrededor. El intelectual tiene la obligación de ser crítico permanente de la política, la sociedad, la cultura. Su función nunca puede ser la de apoyar. Su deber es el de cuestionar.

1 de junio de 2008

La imagen de hoy: "Del poeta Fujiwara no Toshiyuki", de Hokusai


CUADERNO INFANCIA 7

La panadera. Es una mujer joven gorda, aunque con talle normal y un culo de tamaño desmesurado. Tiene el pelo castaño claro, casi rubio, recogido atrás y flequillo en la frente, ojos celestes, una nariz pequeña y una boca de labios carnosos que le dan un aire brutal. Camina con agilidad, con las piernas abiertas, como obligada por el propio peso de su cuerpo. Una tarde, yo tendré siete u ocho años y probablemente las clases ya han terminado, estoy en el pasillo que da a la casa de Adrián. Encendemos cohetes que sobresaltan a toda la cuadra. La mujer gorda sale de la panadería, que precisamente está ubicada justo frente a la casa de Adrián, y me pide que deje de tirar cohetes. Supongo que no le contestamos y seguimos encendiendo uno y otro. Después de unos minutos la panadera vuelve a salir y esta vez me amenaza. Me asegura que si no paro de tirar cohetes ya mismo me va a pegar. La idea de que la panadera me pegue me parece tan absurda –ya que no se justifica que me pegue por un cohete- como difícil de cumplir –no habría manera de que me dé alcance. Por lo tanto, como todavía me quedan algunos cohetes en el bolsillo, los uso. Y sin que yo logre advertirlo, cruza sigilosamente la calle desde la panadería y se prepara para pegarme. Tanto me sorprende que me alejo tan rápido como puedo. Sin embargo, en lugar de correr por la calle libremente sin peligro de que me atrape, no tengo mejor idea que meterme en el pasillo de la casa de Adrián, quizá convencido de que no va a entrar en una casa que no es de ella. Pero pago caro mi error de evaluación: la gorda entra y me pega bestialmente en la cabeza, en el cuerpo, en las piernas mientras no deja de recordarme que ella me lo avisó. Yo caigo al suelo tratando de protegerme como puedo, con mis brazos. Ela me sigue pegando y yo lloro desconsoladamente. La panadera insiste en que me lo advirtió y cruza la calle y entra triunfal en la panadería.