27 de noviembre de 2008

La imagen de hoy: "El amor de una romana por su padre", de Rubens

CUADERNO INFANCIA 28


Después de cuatro años en el Maimónides, colegio privado, después de haber desarrollado una conciencia judía que me va a acompañar durante el resto de mi vida, estoy en séptimo grado en el Alfredo Colmo, colegio estatal. Es la tarde de un día feriado, luminoso, algo en el aire transparente ya comienza a anunciar el verano. Voy con mis compañeros caminando por las calles del barrio, exactamente estamos en Emilio Lamarca llegando a Avellaneda. Transcurre el año 1973, ya ha empezado la guerra de Iom Kippur. Va con nosotros Torino, un chico que se me presenta como un peligro desde que entré a primer grado en el mismo colegio. En ese momento, Torino estaba en segundo y ahora, cuando ya estoy en séptimo, él todavía está en sexto. Es decir, durante esos años ha repetido dos veces. Torino es agresivo, tiene malos modos y un gesto despectivo que nunca se le borra de la boca. Tiene dos mejillas regordetas, ojos algo achinados y un mechón de pelo negro que permanentemente le cae sobre la ceja derecha. Cuando estamos ya en la esquina, de pronto se pone a saltar y a cantar: “Yo tengo fe que Arabia va a ganar, yo tengo fe que Arabia va a ganar, yo tengo fe que Arabia va a ganar, que va a romper el culo a los judíos militar”. Como va a ocurrirme tantas veces en mi vida, no sé qué hacer. No dejo de darme cuenta de que en realidad ese canto está dedicado a mí. Pero de todas maneras no sé si decirle que se calle la boca, si romperle la cara, o discutirle. Lo que se me viene a la cabeza es que Israel está en guerra con los árabes (con Arabia, según Torino) y que cada uno puede desear que gane quien se le dé la gana. No tiene sentido que yo intente reproducir el conflicto de Medio Oriente en una esquina de Floresta. Y no puedo obligarlo a callar porque me pondría en ridículo. Este último argumento termina de convencerme de que tengo que aguantar el cantito. Sin embargo, se acumula en mí una cantidad de odio tal contra Torino que no puedo recordar esta anécdota sin una sensación de profundo fastidio.