30 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "La política colonial de Père Ubu", de Rouault


Cine. Reseña Intempestiva: Funny Games, de Michael Haneke

Dos jóvenes se introducen en una casa con una excusa bien tonta, hacen prisioneros a los habitantes (un matrimonio con un hijo) y luego de someter a todos a diversas pruebas y después de varios intentos de fuga, matan tanto al matrimonio como al niño. En el transcurso de la película nos damos cuenta de que han hecho lo mismo en la casa vecina y que luego harán lo mismo en otra.
En varios momentos uno de los invasores mira a la cámara y comenta el curso de la acción, en una especie de brechtianismo invertido: el narrador o comentador, que se encarga de hacer tomar conciencia al espectador, es en este caso el villano. Pero la toma de conciencia es fundamentalmente estética: cómo se hace el relato más verosímil, qué debiera suceder necesariamente en un caso como el que se está tratando. Todo el tiempo acude a nuestra mente el tratamiento hollywoodense de la cuestión, que es casi una manera natural de percibir este tipo de historias: uno es testigo de una injusticia y de algún modo no sólo desea que el orden se reestablezca a través del castigo de los delincuentes, sino que además considera que ese restablecimiento y ese castigo son naturales. Creo que todo el film de Haneke tiende a provocar un efecto de distanciamiento sobre la materia tratada de esta manera en Hollywood: lo que para los estadounidenses es natural que se dé de determinada manera, con el tratamiento de Haneke queda en evidencia como artificial y retorcido en función de la necesidad del relato “progresivo”: uno comprende que no hay orden que recuperar, que no hay castigo para quien comete un crimen. Las cosas son de esta manera y no hay ningún tipo de esperanza de redención ni de justicia. El hecho de que sean casas de clase media alta las que se atacan, habitadas por gente de nivel de vida placentera, creo que es un aporte de Haneke a los ataques contra la vida burguesa. No es para nada casual que quien comente la acción mirando a cámara sea el delincuente. De alguna manera Haneke deja libres y en actividad a aquellos que desde su propio lugar (aunque no sabemos nada sobre Paul y un poco más sobre su compañero) se ocupan de atacar el orden burgués. De la misma manera, en el film “El séptimo continente” el mismo ataque contra la burguesía se efectúa desde dentro mismo de la burguesía: un matrimonio de profesionales, que no sufren ningún tipo de privación, que vive la vida en permanente ascenso, decide de un día para otro, sin que podamos saber las causas, aniquilar literalmente todo lo que poseen y pulverizar obsesivamente cada uno de los objetos que quedan en la casa (salvo el televisor) para suicidarse luego de matar a la niña. El matrimonio ha decidido comenzar verdadera y radicalmente de cero, sin ningún rastro que conecte con el pasado y para eso tiene que destruir el menor vestigio de lo que queda de su vida segura: por eso destruye discos, dibujos, mesas, sillones, fotos, espejos, cajones y todo lo que queda en la casa (salvo el televisor) para reventar, finalmente, la pecera. La imagen de los peces que pugnan por seguir respirando fuera del agua, así como la fortuna arrojada en el inodoro a través de entregas sucesivas, figuran justamente la destrucción del bienestar con el que sueña el noventa y nueve por ciento de los habitantes de la sociedad capitalista. En los dos films, creo que Haneke está atacando lo mismo: el sistema de valores sustentado por esta sociedad.


27 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "El descanso de las labradoras", de Millet


CUADERNO INFANCIA 6

En el colegio no me va demasiado bien, tengo dificultades en matemática. Mi mamá me manda a la casa de una maestra particular, en la calle Emilio Lamarca entre Canalejas y Gaona, o entre Canalejas y Morón. La maestra es una mujer rubia un poco gorda, de pelo ondulado, no demasiado largo. A todos los que vamos nos sienta alrededor de una mesa iluminada con una luz amarillenta y nos va dando tarea para que practiquemos ejercicios con los que tenemos problemas. Lo que puedo recordar es que muchas veces voy con Gaby, mi hermana, después de la hora del colegio, cerca de las seis. Una tarde, un chico que está sentado a la mesa al lado mío, un chico de pelo negro y cara redonda, no tiene mejor idea que hablar mal de los judíos, con unas frases antisemitas rabiosas. Yo no lo dejo terminar y sin importarme las consecuencias le meto una piña en la cara. El chico reacciona y, de una manera muy incómoda, nos seguimos pegando, sin levantarnos de la silla, sentados. La maestra particular se da cuenta de lo que pasa y pega un grito de horror. El chico me acusa, le cuenta que yo le pegué primero y la maestra me reta. Me quedo callado, no le cuento el motivo por el que le pegué. Esto significaría contar que soy judío y no sé lo que la maestra opina de los judíos.

26 de mayo de 2008

CUADERNO BESTIARIO 4: El albatros, de Charles Baudelaire.


Suelen, por divertirse, los mozos marineros
cazar albatros, grandes pájaros de los mares
que siguen lentamente, indolentes viajeros,
el barco, que navega sobre abismos y azares.

Apenas los arrojan allí sobre cubierta,
príncipes del azul, torpes y avergonzados,
el ala grande y blanca aflojan como muerta
y la dejan, cual remos, caer a sus costados.

¡Que débil y que inútil ahora el viajero alado!
El, antes tan hermoso, ¡que grotesco en el suelo!
Con su pipa uno de ellos el pico le ha quemado,
otro imita, renqueando, del inválido el vuelo.

El poeta es igual ... Allá arriba, en la altura,
¡qué importan flechas, rayos, tempestad desatada!
Desterrado en el mundo, concluyó la aventura:
¡sus alas de gigante no le sirven de nada!

Charles Baudelaire

La imagen de hoy: "Vista de Delft", de Vermeer


CUADERNO INFANCIA 5


No sé si he cumplido los siete años. Estoy en la vereda de mi casa con una gran pila de unas figuritas enormes. Cada una tiene la foto de un jugador de Primera A tomado de cuerpo entero. Estoy orgulloso porque tengo las fotos del equipo entero de River. Pero además tengo fotos de jugadores de muchos otros equipos. Camino con mis figuritas por Emilio Lamarca hasta Morón y en Morón doblo a la izquierda para el lado e la calle San Nicolás. En el camino me encuentro con Bahamonde, un compañero de primer y segundo grado, que está en la puerta de su casa. Bahamonde es petiso, de ojos castaño claros, usa el pelo rapado a los costados y un gran flequillo. Tiene una voz particular, como aflautada. Nos sentamos en el umbral, le muestro las figuritas, charlamos. Llega el momento de irme y entonces vuelvo a casa. Cuando llego me reviso los bolsillos y compruebo que no tengo conmigo ninguna de mis figuritas. Me doy cuenta de que me las olvidé en lo de Bahamonde y entonces vuelvo hasta su casa para recuperarlas. Toco el timbre, pero Bahamonde no sale. No sale. Este detalle tiene relevancia ahora, después de cuarenta años. Me atiende desde la ventana. Le pregunto por mis figuritas y me dice que no sabe nada. Y me muestra impasible las que dice que son sus figuritas. El equipo entero de River y otras muchas fotos de jugadores. En ningún momento tengo el coraje de acusarlo de haberme robado las figuritas, de pedirle que me las devuelva. O quizás sí. Pero Bahamonde, con la misma edad que yo, da una muestra de cinismo y sangre fría estremecedores para fingir que esas figuritas son efectivamente de él. Vuelvo a casa completamente despojado. Lo que me extraña es cómo en ese momento no busqué ayuda para recuperarlas. Supongo que la actuación de Bahamonde fue tan buena que logró convencerme de que por alguna razón yo las había perdido en el camino. Así me desalentó de hacer una acusación que, además de ponerme en ridículo, podía terminar siendo una injusticia.

25 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "Lucrecia y Tarquino", de Balthus




Estructura en estados e imágenes para una pieza teatral

Una sala.
Una puerta que da a la sala.
El frío.
El terror de que en algún momento pasaremos por algo así.
El frío nuevamente.
La exaltación.
El juego de cartas. La partida de póker.


La puerta entreabierta.
La fuga o el inútil intento de fuga.
La espera.
El cálculo exacto, interminable.
La espera.
El frío.
El llanto.
La exaltación.

Quién está muerto sobre la cama, detrás de la puerta entreabierta.

La ausencia de nostalgia.
La comida.
La espera.
La amenaza.
El frío.
La desesperación súbita.
El súbito temor.
El súbito desconocimiento del otro.
El súbito desconocimiento de sí mismo.
La súbita pérdida de autoconciencia.
La música.
El ruego.
La amenaza.
El terror.
El frío.
El llanto.
La fuga o el inútil intento de fuga.


Quién ha muerto. Qué es ese cuerpo que está detrás de la puerta entreabierta.


El intento de fuga.
El golpe a la puerta.
La ausencia.
La duda.
El movimiento de la puerta entreabierta.
La duda.
El intercambio.
Lo blanco//La luz blanca.
El brindis.

24 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "La Venus dormida", de Delvaux


CUADERNO BESTIARIO 3: El nesnás.


Entre los monstruos de la Tentación figuran los nisnas, que “sólo tienen un ojo, una mejilla, una mano, una pierna, medio cuerpo y medio corazón”. Un comentador, Jean Claude Margolin, escribe que los ha forjado Flaubert, pero el primer volumen de las Mil y una noches de Lane (1839) los atribuye al comercio de los hombres con los demonios. El nesnás –así escribe Lane la palabra- es la mitad de un ser humano; tiene media cabeza, medio cuerpo, un brazo y una pierna; brinca con suma agilidad y habita en las soledades del Hadramaut y del Yemen. Es capaz de lenguaje articulado; algunos tienen la cara en el pecho, como los blemies, y cola semejante a la de la oveja; su carne es dulce y muy buscada. Una variedad de nesnás con alas de murciélago abunda en la isla de Raij (acaso Borneo), en los confines de China; pero, añade el incrédulo expositor, Alá sabe todo.

Jorge Luis Borges. Manual de zoología fantástica.

CUADERNO INFANCIA 4


En la Feria con mi tía Chiquita. La Feria está a pocas cuadras de la casa, cerca del Parque Saavedra. Recorrer esas calles tranquilas en mañanas soleadas para llegar a la Feria para mí es una fiesta. En cada puesto venden algo que me llama la atención, verduras, frutas, pescado, huevos, pollos. Por alguna razón, ver esos alimentos me llena de felicidad. Le pido a Chiquita que me compre damascos y ella enseguida me consigue una bolsa pequeña, de papel madera, repleta. Apenas me da la bolsa yo meto mi mano y saco el primer damasco, dulce, maduro. Después otro, y después otro y otro. Volvemos a la casa de Chiquita por las mismas calles. Doblamos por Pestalozzi, caminamos por la vereda del sol, radiante, esplendorosa. Yo no he parado de comer damascos. En el momento en que estamos por entrar en la casa Chiquita me dice: "A ver, dame uno". Le doy la bolsa, totalmente vacía. En realidad todavía queda uno, medio podrido. Chiquita ríe a carcajadas y me dice "te los comiste todos". Yo río con ella pero no puedo desprenderme de una sensación de vergüenza.

23 de mayo de 2008

Breve monólogo de Franca (Apuntes para una nueva pieza teatral)

Franca: Noche. Me despierto, miro el reloj en medio de la oscuridad, son las cuatro de la mañana. Busco con la mano en el lugar de él. No lo encuentro . Estiro más el brazo, para saber que no me estoy equivocando, pero no, no está. Ya sé que no voy a volver a dormir, voy a imaginarme dónde está, voy a pensar que en este mismo momento él sí duerme, en la misma cama que ella, en algún lugar de la ciudad (aunque a mí me dijo que iba a llegar para la cena, o antes.) Quizás llegue mañana a las nueve y me traiga un regalo. Voy a fingir que realmente estuvo en el pueblo que me dice, le voy a preguntar cómo le fue. El me va a contar una anécdota totalmente falsa y yo voy a mostrarme interesada. Vamos a reír juntos. El va a preguntarme si los chicos están ya en el colegio y yo le voy a decir que sí. Entonces él va a acercárseme, me va a abrazar, me va a besar el cuello, va a apoyar sus dos manos en mi culo y me lo va a apretar, me va a meter después una mano por adentro del corpiño y yo entonces voy a dejar que me lleve a la cama, sin mayor esfuerzo. Y cuando el ponga su lengua en mi vulva, cuando esté ya dentro de mí, todo el tiempo voy a preguntarme cómo es ella, más alta que yo o más baja, cuántos años menos, voy a imaginarme que también a ella le hace lo que me hace a mí, también a ella la observa mientras le da placer.

CUADERNO BESTIARIO 2 : Una cruza, de Franz Kafka.


Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano: Por qué hay un animal así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las pierna y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, yo estaba por acabar con todo. Con esta idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.

Franz Kafka. Una cruza.

La imagen de hoy: "La boda rusa", de Chagall

CUADERNO INFANCIA 3


Vuelvo del colegio Maimónides en el colectivo 172 que para, como siempre, en Aranguren y Emilio Lamarca, a pocos metros de mi casa. Doy unos pasos y me encuentro con aparatos típicos de velorios, apoyados contra la puerta de la casa de la Chiquita, nuestra vecina. Inmediatamente adivino que algo terrible ha sucedido. Junto a los aparatos está Adrián, uno de los grandes amigos de mi infancia, gordo, grandote, macizo, seguro. Adrián lee el horror en mi mirada. Me dice: “se murió, ¿y qué? Se murió. Se murió Carlitos”. Yo no puedo disimular el desasosiego que la noticia me produce. Adrián sigue: “se murió, se murió, y qué”. Todavía no puedo comprender por qué quería vivir la noticia con naturalidad, por qué quería mostrarme que la idea de la muerte a él no lo afectaba. Tampoco puedo comprender cómo se dio cuenta tan rápido que a mí sí me impresionaba, que yo no podía disimular nada de lo que me sucedía al ver esos aparatos. Carlitos era el hijo de la Chiquita y apenas pasaba de los veinte años. Era un muchacho enorme, que cuando yo tenia cuatro o cinco años, no demasiado tiempo atrás, me levantaba de una de mis piernas y me mantenía boca abajo mientras yo me reía a carcajadas.

22 de mayo de 2008

La imagen de hoy: "La novia", de Duchamp

Susan Sontag, "Sobre la fotografía". La fotografía, inventario de la inmortalidad


“La fotografía es el inventario de la inmortalidad. Ahora basta oprimir un botón para investir un momento de ironía póstuma. Las fotografías muestran a las personas allí y en una época específica de la vida, de un modo irrefutable, agrupan gente y cosas que un momento después ya se han dispersado, cambiado, siguen el curso de sus autónomos destinos. La reacción ante las fotografías que Roman Vishniac hizo en 1938 de la vida cotidiana en los guetos de Polonia se ve abrumadoramente afectada por el conocimiento de que esa gente no tardaría en perecer. Para el paseante solitario, todos los rostros de fotografías estereotípicas ahuecadas tras un vidrio y fijadas en las lápidas de los cementerios de países latinos parecen contener una profecía de sus muertes. Las fotografías declaran la inocencia, la vulnerabilidad de las vidas que se dirigen hacia su propia destrucción, y este vínculo entre la fotografía y la muerte lastra todas las fotografías de personas”.

Susan Sontag, Sobre la fotografía, 1ra edición, Buenos Aires, Alfaguara, 2006, p. 105.

Cine. Reseña Intempestiva: Besieged, de Bernardo Bertolucci


Una bella mujer africana realiza tareas domésticas en la casa que un pianista acaba de heredar de su tía. Un día el pianista le declara su amor a la mujer, que lo rechaza y le cuenta no sólo que es casada sino que su marido es un preso político de una dictadura en su país natal. La relación vuelve a ser la de patrón y empleada pero ella progresivamente advierte que el pianista poco a poco se va desprendiendo de los objetos de valor que abundan en la mansión y un día encuentra estampillas de su país (en estas está la imagen del dictador) pegadas en un sobre destinado a su patrón. Cuando ya casi no quedan objetos en la casa la mujer recibe un sobre con las mismas estampillas, destinado a ella. La carta le informa que su marido está vivo y ha mejorado sus condiciones como prisionero. Inmediatamente se da cuenta que el pianista ha estado pagando el rescate. Sin embargo, ella no se atreve a enfrentar a su patrón para agradecérselo. Cuando el pianista ha llegado al punto de vender su piano y ella ya ha recibido un telegrama de su marido en el que le informa de su libertad y su inminente viaje a Italia para encontrarse con ella, la mujer entra en crisis: el acto de amor absoluto de su patrón la ha conquistado y la llegada de su marido recién liberado deja de ser un motivo de felicidad para convertirse en un dilema irresoluble. La película está contada con la cantidad mínima imprescindible de palabras. Y cada diálogo tiene una funcionalidad extrema. Hay un uso radical de la narración en imágenes y la luz, la composición y el color tienen roles protagónicos. Los actores otorgan a cada momento de la vida de los personajes la dosis exacta de intensidad necesaria para cada situación y el resultado es una expresión tal que no se requieren palabras. La secuencia final, que alterna entre un plano general que muestra al marido parado frente a la puerta, un dedo que presiona sobre un timbre y, en la cama junto al pianista, la mujer que no se decide a abrir, es un ejemplo de cómo el director logra la máxima tensión con una cantidad de imágenes mínima. Y en la misma secuencia, la cámara fija en un tiempo prolongado sobre el lugar vacío que ella ha dejado en la cama, cuando finalmente se decide a acudir al llamado, es un ejemplo del uso metafórico que puede lograrse cuando se tiene en claro que la cámara, además de narrar, es portadora de significado.

21 de mayo de 2008

CUADERNO BESTIARIO 1: El buitre


Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?
-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?
- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

Franz Kafka. El buitre.

La imagen de hoy: "El beso", de Gericault


CUADERNO INFANCIA 2


Zacarías. un hombre ya grande, ancho, de baja estatura, chueco, que puede caminar con dificultad. Tiene la tez oscura, el pelo totalmente canoso, la ropa sucia y en pésimo estado. Un saco raído gris oscuro, un pantalón del mismo color, demasiado largo, una camisa que alguna vez fue blanca, unos zapatos negros. Zacarías vive en el gallinero y a veces camina por la vereda. Si somos muchos los que nos cruzamos con él entonces empieza la fiesta. Hay que lograr provocarlo para que nos corra. Y no hay nada más excitante que saberse corrido por el pobre viejo. Es una emoción que no implica riesgos: Zacarías viene hacia un chico, el chico se divierte sintiéndose perseguido pero al mismo tiempo tiene la certeza de que nunca lo va a poder alcanzar. “Zacarías la panza fría”. Y a correr. Un día Zacarías desapareció para no volver más. Nunca se pudo comprobar pero lo que se contó fue que lo había matado un colectivo. Siempre creí esta versión porque podía representarme con toda claridad la imagen: el colectivo avanza y Zacarías, con su dificultad para moverse no alcanza a hacerse a un lado.

20 de mayo de 2008

CUADERNO INFANCIA 1


Ya es de noche, casi la hora de comer, y todavía estoy en la casa de Yuly a unos treinta o cuarenta metros de mi propia casa, sobre la calle Emilio Lamarca. La casa de Yuly es también la de su hermano Miguel Ángel, el mejor amigo de mi hermano Eduardo. Morocho de pelo lacio y flequillo, Yuli es más grande que yo, me lleva dos o tres años, por lo menos. Los dos estamos en el patio, apenas iluminado por una o dos lámparas amarillentas, jugando a las figuritas. Jugamos a la tapadita, al puchero, pero sobre todo al espejito. El espejito consiste en una o varias figuritas apoyadas de forma vertical contra la pared y gana quien logra la suficiente puntería para derribarlas con otra de las figuritas. Yuly y yo tenemos un montón en los bolsillos pero estos se van vaciando a medida que intentamos, sin éxito, derribar el último espejito. En algún momento nuestros bolsillos están totalmente vacíos, el espejito queda cercado por una cantidad enorme de figuritas y estamos obligados, para tirar cada vez, a recoger una del piso. Quien logre derribarlo  va a quedar con todas las otras que la rodean, por lo cual la tensión se hace intolerable. Aunque siempre me apasionó jugar a las figuritas jamás me consideré un gran jugador. Sin embargo, esa noche, poco antes de que llegue la hora de la cena, en el patio de Yuly, recojo una de las figuritas del piso, hago mi tiro y derribo por fin el espejito. Grito de alegría, me arrojo al suelo y abarco todas las figuritas con ambos brazos. Las junto y formo varios pilones que me meto en el bolsillo, mientras Yuly me pide por favor que no me vaya, que le dé otra oportunidad. Yo le pregunto de qué manera le voy a dar otra oportunidad si acaba de perder hasta la última figurita y no tiene con qué jugar. Yuly me contesta que yo tengo que prestarle. Me insiste y me insiste y yo, en lugar de volver corriendo a casa con los bolsillos repletos, no tengo mejor idea que darle lo que me pide, unas figuritas prestadas. Todo vuelve a comenzar y la sesión de figuritas se torna ahora rápida, vertiginosa, tanto que en diez o quince minutos ya no me queda nada de lo que gané porque ahora el que tiene llenos los bolsillos es Yuly. Me voy vencido y recorro angustiado el largo pasillo sin techo que va desde la puerta de su casa hasta la puerta que da a la calle. Cuando llego a casa ya no puedo contener semejante angustia, me largo a llorar y explico lo que me acaba de suceder. Papá, para consolarme, le resta importancia y me da plata para que compre cinco paquetes de figuritas. Pero ni una caja entera de paquetes puede disolver mi sensación de derrota, nada puede distraerme de la idea de que tuve la gloria en las manos y dejé que me la arrebataran. En cuanto a figuritas, nunca vuelvo encontrar una oportunidad como ésa.