10 de junio de 2008

La imagen de hoy: Astrónomo, de Vermeer.

Cine. Reseña intempestiva. Letras prohibidas de Philip Kaufmann


La película se inicia con un equívoco. Una voz en off comienza a contarnos la historia de una mujer muy pervertida que siente pasión por las experiencias carnales más dolorosas. Simultáneamente vemos a un hombre obeso gigantesco que le ata las manos con cierta violencia. Inmediatamente asociamos la historia contada por la voz en off y la imagen de la mujer que parece sufrir. Sin embargo, percibimos de inmediato que hay algo que no funciona: el hombre tosco que le ata las manos a la mujer a lo que menos se parece es a un amante exquisito. Y pronto advertimos que esa intuición es acertada. Ese hombre tosco no es un amante sino un verdugo y estamos en pleno terror bajo Robespierre. Año 1794. La mujer está siendo preparada para su decapitación. Dos detalles dan una dimensión fabulosa a la escena. En el momento en que la víctima es obligada a apoyar su cuello en el aparato se encuentra (nos encontramos) con una canasta en la que descansan las cabezas de los que la antecedieron. Uno puede imaginar el horror de esa mujer a quien le faltan sólo segundos para que su cabeza acompañe a las demás. Cuando la mujer no termina de digerir todo ese horror unas gotas de sangre caen junto a su boca, provenientes de la hoja de metal de la guillotina. La escena se resuelve magistralmente con la cámara subjetiva (que figura la hoja de la guillotina) acercándose en picada hacia la nuca de la víctima. Fundido a negro y aparecemos en el Hospicio de Charenton, donde Sade terminará sus días.
La película, como su título lo indica, trata de la prohibición de escribir impuesta al Marqués de Sade luego de que Napoleón decide que el libro Justine (que Sade, interpretado por Geoffrey Rush, escribe y envía clandestinamente desde el Hospicio para su publicación) debe ser quemado y su autor condenado a muerte. Algún colaborador de Bonaparte lo convence de que en lugar de fusilarlo haga lo posible por su cura. Con ese fin es enviado como supervisor a Charenton Roger-Collard. En ese momento comienza el enfrentamiento entre el supervisor, que obliga al abate Coulmier, hasta entonces director progresista del hospicio, a tratar a Sade de manera cada vez más rigurosa. Luego de una representación de una de sus obras por los internos (Crímenes de amor) a Sade se le prohibe escribir y desde ese instante el marqués agotará todos los medios para plasmar las historias que según él no lo dejan de atormentar ni de noche ni de día. A Sade se le quitan el papel, las plumas y la tinta. Escribe con vino un enorme texto sobre una sábana y la sirvienta Madeleine (interpretada por Kate Winslet), por medio de quien Sade logra sacar sus escritos de Charenton, lo pasa sobre el papel y lo envía a París. El truco es descubierto por Roger-Collard y la habitación de Sade es despojada de absolutamente todo. Sade se flagela y escribe con su propia sangre sobre sus ropas. El marqués a partir de ese momento se pasea por su habitación completamente desnudo. Sade decide por pedido de Madeleine hacer un relato oral que es transmitido por algunos internos de Charenton de celda en celda. La propia sirvienta es la encargada de recoger la versión última y consignarla en el papel. Todo culmina en un incendio. Madeleine es asesinada por uno de los locos del hospicio. Y como castigo Sade sufre la extirpación de su lengua. Sin embargo, prosigue. Escribe sobre las paredes de una celda de alta seguridad con sus propios excrementos.
Es un film sobre la resistencia. Sin embargo, peca de cierto esquematismo en el diseño de los personajes, esquematismo que se origina en la idealización que el director hace de la tarea de escribir. Hay como una idolatría del “espíritu” de un escritor, que en este caso no puede vivir sin consignar las imágenes que lo persiguen sobre cualquier medio. Sade se debate constantemente entre la idea de la imposibilidad de vivir sin escribir y la banalización de su propia obra a la que considera “sólo ficción”. El abate Coulmier es prácticamente un santo incapaz de dañar al prójimo, que se flagela cuando se considera culpable de una traición que sin embargo no puede evitar. Madeleine es la virgen que alimenta la lascividad de todo el hospicio. Y el alienista Roger-Collard aparece como una condensación del mal.
A pesar de ser una obra sobre el marqués de Sade, al film de Kaufmann le falta carnalidad. En la lucha entre el espíritu y la carne en este film gana claramente el espíritu, lo cual lo vuelve algo ingenuo y poco creíble.