21 de septiembre de 2009

SARTRE. ALGUNAS CLAVES DE SU TEORÍA DEL TEATRO. Primera parte.


Durante mis años de formación como dramaturgo y director, recuerdo haber leído con una mezcla de entusiasmo y asombro no sólo gran parte de las piezas teatrales de Sartre sino también su libro Un teatro de situaciones que significó para mí una especie de revelación. En este libro encontré entonces una cantidad de ideas sobre la naturaleza del teatro, la esencia de lo dramático, el problema del lenguaje teatral, el personaje, sobre las cuales era imprescindible reflexionar ya que se presentaban como una especie de guía conceptual de la cual no se podía prescindir, tanto para encarar la escritura de una pieza como la realización de una puesta en escena y el trabajo con los actores. Recuerdo que entonces realicé un concienzudo y meticuloso trabajo de fichado de todas y cada una de las ideas contenidas en ese libro. Y en esta oportunidad, unos cuantos años después, al releerlo y volver sobre esas fichas desde una perspectiva totalmente renovada, advierto cuánto estas ideas han marcado mi trabajo de artista, no sólo en mis primeras obras y espectáculos sino también en las más recientes de mis producciones. Y dado que, paralelamente a mi labor de director y dramaturgo, nunca descuido mis inquietudes teóricas, me pareció que detectar aquellos nudos temáticos fundamentales en el pensamiento de Sartre sobre el teatro significaría un paso importante en la elaboración de la teoría dramática propia que aspiro consolidar algún día, una teoría que me permita reflexionar sobre mis trabajos pasados y aquellos que vendrán y que sirva al mismo tiempo de referencia para el trabajo de otros. Este escrito tiene justamente como objetivo presentar aquellos nudos temáticos que conservan plena actualidad tanto para creadores como para investigadores.

a) El teatro requiere distancia
Cuando Sartre piensa en el teatro, lo concibe como un mundo cerrado sobre sí mismo. Y este mundo, en tanto cerrado, se presenta como inaccesible. El espectador se encuentra absolutamente afuera y su rol se reduce exclusivamente a contemplar. En este sentido el espectador no existe sino como visión pura y el placer que este experimenta se deriva del hecho de que su deseo de distancia se ve plenamente satisfecho. El sentido mismo del teatro es presentar el mundo humano con un distanciamiento absoluto, infranqueable. Esta distancia que se genera entre el espectador y el teatro como un mundo cerrado debe aceptarse y debe presentarse en toda su puridad, en el desempeño actoral mismo. Aunque el espectador puede participar emocionalmente, el curso de la acción siempre se le presenta desde un lugar al cual él nunca puede acceder y de ningún modo puede modificar.
Para definir mejor este concepto de distancia en el teatro Sartre lo compara con otras formas artísticas, como la novela y el cine. En la novela, la conciencia del héroe es mi conciencia: por lo tanto, la identificación es absoluta. En el cine, en cambio, se produce cierta ambigüedad: mientras que a veces el ojo de la cámara se intercala como testigo impersonal entre el espectador y el objeto contemplado (generando así una distancia rigurosa entre el sujeto y el objeto), muchas otras veces el ojo de la cámara se identifica con el ojo del personaje (disolviendo completamente la distancia entre sujeto y objeto).
A diferencia de la novela (en la cual la identificación de la conciencia del lector y la conciencia del héroe es total) y del cine (en el cual a veces se la distancia se mantiene y otras veces se anula), en el teatro la distancia es absoluta. El espectador ve siempre con sus propios ojos y permanece siempre en el mismo plano, en el mismo lugar. El personaje es definitivamente el otro. Sin embargo no es el otro de un modo absoluto: en la vida el otro no es sólo aquel a quien yo miro, es también aquel que me mira. En el teatro, el personaje, es decir, el otro, no me observa jamás. Y dado que considera que esta cualidad de distancia es esencial, constitutiva del hecho teatral, Sartre critica aquellas puestas que involucran más de lo debido al actor y al público, es decir que tienden a reducir la distancia entre el actor y el espectador. E inversamente valora aquellos espectáculos que se realizan sobre la convención de teatro dentro del teatro.
En estos casos se logra un efecto de teatro puro a la segunda potencia; y el secreto del placer que se produce reside precisamente en el deseo de distancia del espectador, que gracias a esta modalidad se ve satisfecho en grado sumo.


b)Un teatro de situaciones
Sartre se pronuncia enérgicamente contra lo que considera el teatro de caracteres, en el cual la confrontación y el análisis de los personajes eran la principal preocupación. Para este teatro, cuyos conflictos consistían en un mero entramado de fuerzas con desenlaces previsibles, la situación era meramente la ocasión para poner de relieve los rasgos fundamentales del personaje.
Sartre invierte esta posición: el sustento central de la pieza, no es como había sostenido el teatro psicológico, el personaje (con sus pasiones) sino la situación. Propone reemplazar el teatro de caracteres por un teatro de situaciones, cuyo objetivo sea explorar aquellas situaciones que son más comunes a la experiencia humana. En otras palabras, cuando Sartre habla de situaciones, no se refiere a cualquier tipo de circunstancia cotidiana, banal: las situaciones que las piezas teatrales presentan (o deben presentar) son aquellas en las cuales la libertad se revela en su más alto grado. En otras palabras, las situaciones que constituyen la materia del teatro son las situaciones límite. La labor del autor de teatro consiste en escoger y presentar al público justamente aquellas situaciones límite que mejor expresan sus propias preocupaciones. Desde el punto de vista de Sartre, puede considerarse dramaturgo a aquel que está dispuesto a trabajar con los extremos: el teatro sólo es para quienes creen en una concepción radical de la vida. Al poner las situaciones en primer plano, Sartre no rechaza la psicología sino que la integra como subordinada y para eso propone un teatro que reemplace los conflictos interiores por los conflictos de derecho: la pasión por sí misma no existe en el teatro. Debajo de la pasión siempre subyace la idea de derecho: aquella aparece cuando éste ha sido lesionado.
Si el hombre es libre no lo es de una manera indeterminada y abstracta: el hombre es libre en una situación dada y se elige en y por tal situación. El personaje es el producto de esa elección, o mejor dicho, es la consolidación de esa elección. Sartre entiende que la tarea del dramaturgo consiste precisamente en escoger aquellas situaciones en las cuales el personaje estará necesariamente obligado a tomar las decisiones por las cuales se va a definir. El personaje se constituye por medio de sus actos y el acto es una empresa libre, escapa por definición a la psicología, ya que más allá del plano psicológico siempre hay una vida moral. Cada acto trae consigo sus propios fines y su propio sistema de unificación; cada uno de quienes realizan un acto está persuadido de que tiene razón para realizarlo. Los personajes que tienen su lugar en la acción de una obra justifican su objetivo por medio de razones, es decir, se dan argumentos para intentar cumplir con el mismo. En el plano real del teatro no se sabe en verdad qué sucede en las conciencias de los personajes pero sí quedan perfectamente en evidencia cuáles son los derechos que se enfrentan. El conflicto del que el teatro se ocupa es un conflicto de derechos: el teatro, sería así, desde el punto de vista de Sartre una arena cerrada en la cual los hombres vienen a disputar sus derechos. Ahora bien, si esto es así, el espectador pasa de ser simple testigo a convertirse en una especie de juez moral que juzga quién tiene razón y quién está equivocado.

Héctor Levy-Daniel