30 de noviembre de 2009

La imagen de hoy: "Girlfriends", de Klimt.

Argumento para una pieza teatral

Silencio.
El aire todavía huele a quemado.
Como si la guerra acabara de pasar por allí.
Como si acabara de terminar, en ese instante.
Es el trayecto entre dos o pueblos, a través del desierto.
Tierra estéril ardiente.
Sol y viento que abrasa.
Un hombre que trata de ocultar que está moribundo.
Su mujer.
Su hermano.
Su mujer y su hermano se han acariciado alguna vez.
Más de una vez.
Y demasiadas veces mucho más que una caricia.
Al hombre moribundo sí le importa.
El hombre moribundo no ha podido evitarlo.
Silencio.


Héctor Levy-Daniel

22 de noviembre de 2009

La imagen de hoy: "Paisaje con árboles grandes", de Rouault.

CUADERNO INFANCIA 50


Una noche de diciembre en la casa de Emilio Lamarca. Probablemente es una de esas noches impregnadas del olor a verano que desprenden los árboles, con un aire ligeramente cálido que uno desea que dure para siempre. Terminamos de cenar y papá propone que vayamos todos a tomar un helado. "Todos" quiere decir mis cuatro hermanos, mi mamá y mi papá. Los siete nos subimos al auto y vamos a la heladería Vía Véneto, en una esquina de la Avenida Juan B. Justo. Mi felicidad es total y yo pido un cucurucho que sostiene una masa de helado que no logra mantenerse firme. Todavía no terminamos de tomar el helado y se decide que todos vamos a ir a visitar a mi tía Chiquita. Lo que hasta ese momento ha sido felicidad ahora se vuelve éxtasis. Mientras viajamos en el auto (recuerdo que yo voy adelante con alguien más) el helado, que ha terminado de derretirse, se vuelca sobre mi ropa, por lo cual mi ansiedad por llegar por fin a lo de mi tía se torna intolerable. Apenas entramos en lo de Chiquita (nunca voy a saber si nos estaba esperando o si nuestra visita fue para ella una sorpresa) corro al baño a lavarme.
Reflexión. Quizá no es evidente a simple vista pero cuento esta breve anécdota porque me parece que hay en ella algo extraordinario. Hasta puedo suponer que contiene algo así como "el sentido de la vida". Y es que en ese lapso que va desde el momento en que papá decidió llevarnos a tomar helado hasta el momento en que la visita a mi tía terminó y dejamos la casa, esos pequeños acontecimientos efectivamente se realizaron, tuvieron su lugar en nuestras vidas, con todas sus consecuencias agradables. Y también vale reparar en que ese mismo lapso duró una determinada cantidad de horas para terminar y convertirse en irrepetible, mítico (en el sentido de que significa una especie de edad de oro que, aunque posiblemente nadie recuerda, representa para mí una mínima serie de momentos de plenitud: no hay conflictos, no hay tristezas, todos estamos dispuestos a compartir toda la alegría que la vida nos ofrece). Esos momentos existen en las vidas humanas y son como luces incandescentes que se destacan en medio de un mar de amenazas: de muerte, de cambios brutales, de rupturas, de alejamientos irreversibles. Lo que llama la atención es que uno vive esos momentos y no es capaz de imaginar la importancia que van a adquirir en la memoria, ya que no dan ninguna señal que anticipe lo que van a significar. Y uno entonces los vive, los atraviesa ingenuamente, con la mirada proyectada en otras cosas, en otros tiempos futuros. Uno de pronto se encuentra con una epifanía y no es capaz de reconocerla. El sentido de la vida se nos presenta (si existe algo así como un "sentido": llegar a vivir esos momentos de plenitud) y no tenemos la habilidad para detectarlo en esa manifestación.
Quizá la escritura no tenga otro objeto: detectar esas luces incandescentes en medio de las amenazas.

16 de noviembre de 2009

La imagen de hoy: "Salomé con la cabeza del Bautista", de Caravaggio.

Monólogo de la mujer china


B: Cuando llega siempre parece cansado. Y nunca me defrauda, siempre llega. A veces se atrasa unos días, a veces unas semanas. Una vez tardó dos meses en aparecer. Pero nunca me equivoco: cuando él va a venir, yo lo sé desde la mañana. Es ese día y ningún otro. Quizás en poco menos de una hora, quizás al anochecer. Pero ése es el día, antes que yo me acueste. Siento como una brisa que me nace en los pies y me recorre por dentro hasta el estómago y el pecho. La respiración se me hace difícil y entonces me doy cuenta de que tengo que levantarme de la cama. Inmediatamente caliento mucha agua porque yo sé que él la va a necesitar. Y aprovecho para prepararme té. Después me planto en la puerta y recorro con la vista la línea del horizonte a la espera de que se interrumpa en algún punto: una pequeñísima mancha indefinida que poquito a poquito va tomando la forma de un hombre montado a caballo. Mi señor es un jinete eximio. Jamás se lo puede pensar sin su caballo, una bestia enfurecida que llega con la boca rebosante de espuma blanca, un chorro de sudor que se le escurre de la pequeña cola, prácticamente reventado.
Luego de dejar el caballo tendido en el suelo se me acerca y me mira fijamente a los ojos. Es la oportunidad, la única, que él me da para que yo pueda ver en su rostro las marcas de la guerra: heridas pequeñas, cubiertas de sangre mezclada con barro. Su sangre y la de otros. No dice una sola palabra, no me regala ni una sonrisa, sólo entra en la casa y la recorre brevemente con su mirada turbia. Luego vuelve a fijar sus ojos en mí y entonces sé que llegó el momento de ayudarlo. Extiende los brazos y sus piernas y yo le desprendo de sus ropas, que huelen a muerte y a niños huérfanos. Mi señor se deja estar varias horas dentro del pilón y durante todo ese tiempo yo debo estar atenta: el agua no debe enfriarse ni un tanto así. Mantiene la mirada perdida y su imaginación recorre no se sabe qué paisajes macabros que se reflejan en sus ojos de piedra. Dos palmadas me anuncian que el baño ha terminado. Tomo un gran manto y lo cubro.
Me hace el amor en silencio y sólo el éxtasis final le arranca el primer sonido desde su llegada, un grito seco, atormentado. Mi señor es un hombre que atesora desdichas que sólo él conoce. A pesar de que jamás me permite acercarme, a menudo me pide un hijo. Él supone que yo no quiero dárselo, o que no puedo. Sin embargo, yo lo deseo tanto como él. Le he dado ya varios hijos, sólo que él no lo recuerda, niños, niñas... Buscamos en la mañana el hijo que nos va a alegrar el día, pero ya no está. Buscamos más y más y entonces nos damos cuenta de que tendremos que aguardar la llegada del nuevo.

Héctor Levy-Daniel

5 de noviembre de 2009

La imagen de hoy: "Otoño", de Rouault

Un poema de lllya Ehrenburg


Una casa entre las casas, como cualquier casa:
Aquellos mismos menesteres, la sopa y el aburrimiento,
Y en la soga se seca la ropa.
Y un perro ciego todo el día se rasca.
Pero levántate y verás que el mundo es otro,
Liberado de miles de esos aburridos detalles.
El camino parece un gran río,
Y un barco la infeliz casucha,
¡Oh, si pudiera sobrevivir hasta ese día!
Y desde la altura entre el silencio y la nieve,
Atisbar el polvo rosado del camino,
Y el humo azul del último caserío.

1939