14 de marzo de 2009

CUADERNO INFANCIA 33


Un sábado a la noche en la casa de la calle Emilio Lamarca. Papá y mamá ya han salido y como casi todos los sábados la casa se convierte en punto de reunión antes de la salida de mis hermanos. Esa noche han venido mis primos Mario y el gordo Chiche. Luego de algunos momentos de convivencia pacífica, por algún motivo se origina de pronto una discusión entre los dos y de las palabras pasan inmediatamente a las manos. Fiesta: piñas entre Mario y el gordo Chiche. Carlos y Roberto no ocultan de qué manera toda esta situación los divierte, corren la mesa del comedor para que puedan pelear más cómodos. Mis dos primos se pegan. En algún momento Mario le grita furioso a Chiche “mirá lo que me hiciste en la mano hijo de puta”. Yo, desde mi breve estatura, los veo como dos gigantes, Chiche con sus movimientos torpes, Mario con su cautelosa agilidad. Y me parece extraordinario que se estén pegando ahí, en mi propia casa, en el comedor diario. De pronto alguien sugiere que lo mejor es que vayan al patio. Todos suben la escalera y por supuesto yo los sigo. En ningún momento alguien me dice “andá Héctor, vos mejor quedate acá, mejor no subas, mejor no mires” o algo por el estilo. Todos estamos convencidos de que es un espectáculo que nadie debe perderse. Antes que la pelea continúe puedo ver cómo mi hermano Roberto se ríe a carcajadas. Ya en el patio, los amagues siguen unos segundos más pero poco a poco la furia se debilita, la pelea se estanca, se desvanece. Muchos años después le recuerdo a Mario este momento y él me contesta con tono preocupado: “Uy, no, menos mal que esa pelea no siguió... Sabés lo que era pelearse con el gordo?”