29 de abril de 2009

La imagen de hoy: "Muchacha de pelo negro desnuda", de Schiele.

CUADERNO INFANCIA 35


Un domingo a la tarde, quizá las siete o las ocho de la noche, en la puerta del cine. Es la función más avanzada de la película Bambi. Se supone que vamos a ver la película mamá y papá, mi hermana Gaby y yo. Papá ya ha sacado las entradas. Sin embargo, por alguna razón se me mete en la cabeza que no quiero entrar. Papá se asombra y me dice: “¿no querés entrar?” Yo digo que no. Papá insiste, me dice que ya tiene las entradas, que lo único que hay que hacer es entrar y ver la película. Yo me encapricho, me niego. Papá me pregunta si quiero que devuelva las entradas y yo le digo que sí. Papá va a la boletería y devuelve las entradas. Ahora no puedo recordar esta anécdota sin que me conmuevan la perplejidad de papá, su voluntad de conformarme aunque sin saber cómo, su desazón ante mi negativa. Sólo veinte años después, o más, veo Bambi, en video, junto a mi hija Milena.

Dostoievski: la voluntad como interés supremo.


“¿Qué haremos entonces de esos millones de hechos que atestiguan que los hombres, aun advirtiendo cuál es su interés, lo relegan a un segundo plano y siguen un camino completamente distinto, lleno de riesgos y azares? No están obligados a ello, pero parecen querer evitar la ruta que se les indica y trazarse libremente, caprichosamente, otra llena de dificultades, absurda, oscura, apenas visible. Ello prueba que esa libertad los seduce más que sus propios intereses... ¡Intereses! ¿Qué es el interés? ¿Se comprometen ustedes a definirme con toda exactitud en qué consiste el interés del hombre? ¿Qué dirán ustedes si un buen día se comprueba que el interés humano en ciertos casos puede, o incluso debe, consistir en desear no una ventaja, sino un perjuicio? Si es así, si puede presentarse el caso, todo se derrumba. ¿Qué creen ustedes? ¿Se puede presentar un caso semejante?”

“¿Acaso no hay algo que es para nosotros más querido que nuestros más altos intereses? Dicho de otro modo (para no violar la lógica), ¿no existe para nosotros un interés (...) más interesante que todos los demás intereses, más alto que todos ellos, un interés por el que el hombre está dispuesto a obrar, si es preciso, en contra de todas las reglas, es decir, en contra de la razón, sacrificando a él su honor, su paz, su felicidad, todas las cosas bellas y convenientes, en una palabra, sólo por obtener una que es más querida para él que todas las demás, una en la que ve su interés supremo?”

“Lo singular de ese interés es que destruye las cosas. Lo singular de ese interés es que destruye todas nuestras clasificaciones y derriba todos los sistemas edificados por los amigos del género humano para la felicidad del hombre”.

“Creer que la renovación del género humano pueda realizarse dándole a conocer sus verdaderos intereses equivale, en mi opinión, a admitir con Buckle que la civilización aplaca al hombre, el cual va perdiendo poco a poco sus instintos sanguinarios y guerreros”.

Dostoievski habla de la posibilidad de que un gentleman desprovisto de elegancia nos dijera: “¡Bueno señores! ¿Cuándo vamos a echar abajo, al polvo, de un solo puntapié, toda esta clarividente felicidad, aunque sólo sea para enviar los logaritmos al diablo y poder vivir de nuevo con arreglo a nuestra estúpida fantasía?” Dostoievski afirma que “el hombre es así” y atribuye la causa de este modo de ser a “una cosa ínfima que, al parecer, se podría pasar por alto sin riesgo alguno. Esa causa es que el hombre, quienquiera que sea, aspira siempre y en todas partes a obrar de acuerdo con su voluntad y no con arreglo a las prescripciones de la razón y el interés. “Ahora bien, la voluntad de uno puede, y a veces incluso debe (esta idea es de mi propiedad), oponerse a sus intereses. Mi voluntad; mi libre albedrío; mi capricho, por insensato que sea; mi fantasía sobreexcitada hasta la demencia... Esto es lo que se aparta a un lado, éste es el precioso interés que no tiene espacio en ninguna de las clasificaciones que componen ustedes y que rompe en mil pedazos todos los sistemas, todas las teorías”.

“De dónde deducen nuestros sabios que el hombre necesita voluntad normal y virtuosa? ¿Por qué suponen que el hombre aspira a poseer una voluntad ventajosa y razonable? El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente, cualesquiera que sean el precio y los resultados.
Pero el diablo sabe lo que cuesta esa voluntad...”

Dostoievski afirma que “la razón es la razón, y sólo satisface a la facultad razonadora del hombre. En cambio, el deseo es la expresión de la totalidad de la vida humana, sin excluir de ella la razón ni los escrúpulos; y aunque la vida, tal como ella se manifiesta, suela tener un aspecto desagradable, no por eso deja de ser la vida y no la extracción de una raíz cuadrada.
”Yo deseo vivir dando satisfacción a todas mis facultades vitales y no únicamente a mi facultad de razonar, que no representa, en suma, sino la vigésima parte de la fuerza que hay en mí. ¿Qué sabe la razón? Únicamente lo que ha aprendido (nunca sabrá más, seguramente. Esto no es un consuelo, pero no hay que disimularlo). En cambio, la naturaleza humana obra con todo su peso, por decirlo así, con todo su contenido, a veces con plena consciencia y a veces inconscientemente”.

“Hay hombres que pueden desear lo que saben que es desfavorable para ellos, lo que les parece estúpido, insensato; hombres que obran así sólo por eludir la obligación de escoger lo provechoso, lo digno. Porque esa insensatez, ese capricho, es quizá, señores lo más ventajoso que existe para nosotros en la Tierra, sobre todo en ciertos casos. Incluso es posible que esta ventaja sea superior a todas las demás aunque sea evidente que nos perjudica y contradice las conclusiones más sanas de nuestro razonamiento. Y es que nos conserva lo principal, lo que más queremos, nuestra personalidad.

Dostoievski señala que es indiscutible que al hombre le encanta trazar y construir caminos; pero también adora la destrucción y el caos. Y entonces afirma “Quizá le gusten la destrucción y el caos (a veces le gustan, esto es indiscutible), porque tiene un temor instintivo a llegar a una meta y terminar el edificio que construye. ¡Vaya usted a saber! Acaso este edificio sólo le gusta de lejos. Puede ser que le guste construirlo, pero no vivir en él, y esté dispuesto a abandonarlo aux animaux domestiques”. Y más adelante señala: “Pero nuestro hombre es muy diferente. Se observa en él cierta desazón cada vez que alcanza uno de sus objetivos. Desea aproximarse a la meta, pero cuando llega, no se siente satisfecho. Esto es verdaderamente gracioso.”

“Estoy seguro de que el hombre no renunciará jamás al verdadero dolor, es decir, a la destrucción y el caos.”

Citas extraídas de la primera parte de Memorias del subsuelo, de Fedor Dostoievski.