4 de julio de 2009

La imagen de hoy: "Retrato del editor Eduard Kosmack", de Schiele

La ontología de Macedonio. Primera parte.


En varias de sus obras Macedonio Fernández plantea con todo detalle una ontología, es decir una concepción del ser. Y esta ontología, muy elaborada y expuesta de modo explícito, es la base de su poética de la novela, así como de su idea general del arte. En este escrito se trata de exponer los temas básicos de la ontología de Macedonio para comprobar de qué manera sirven de fundamento a su estética.

Contra el noumenismo
Macedonio impugna de manera terminante la perspectiva que denomina “noumenista”, la cual es la sustentada por los pensadores que, en su búsqueda de esencias, llegan al “noumeno” (núcleo esencial de la realidad que permanece incognoscible). Los “noumenistas” consideran el noumeno como sustancia de la materia y de la subjetividad. De esta manera tanto la realidad como la sensibilidad se tornan fantasmáticas, con calidad ontológica de ensueño. Y a su vez, los ensueños adquieren una calidad ontológica de ensueño en segundo grado. Así, los llamados noumenistas nos conceden un vivir y sentir de sombras. Y partiendo de esta negación del ser se encaminan progresivamente a la negación del conocimiento. Los noumenistas se declaran habilitados para afirmar la existencia de esencias acerca de las cuales lo único que puede aseverar es su incognoscibilidad.
Macedonio señala que para afirmar que el ser es incognoscible éste debería ser conocido totalmente de antemano y por lo tanto debería saberse que jamás el ser se adecuará a nuestra inteligencia, ni nuestra inteligencia se adecuará al ser.
Al noumenismo, contrapone el idealismo, el cual afirma la constante sustancialidad del ser en cada uno de sus estados en cualquier sensibilidad, estrictamente en la única sensibilidad que es el ser mismo. Y esta constante sustancialidad es de por sí pleno conocimiento. De este modo, el idealismo, contra la perspectiva noumenista (cuyo representante más conspicuo es Kant, quien se supone profesa el idealismo trascendental, pero a quien Macedonio percibe eminentemente como realista) implica la tesis de que el conocimiento sin límites le es correlativo. Macedonio afirma de modo tajante la cognoscibilidad perfecta del ser, y la eternidad de existencia y autoreconocimiento de cada uno de nosotros.

Macedonio idealista
Macedonio afirma el idealismo absoluto. No hay nada fuera de lo que yo siento; no hay lo que otros sienten, es decir, no hay otras sensibilidades. Y por otra parte, lo que no siente, la materia, tampoco es. Nada que no ocurra para mí, en mi sensibilidad, ocurre en otros campos psíquicos (otras almas supuestas), ni en el campo supuesto material .La manzana que no veo, no toco, no huelo, no saboreo, no existe; y cuando existe (es decir, cuando la toco, huelo, saboreo, etc.) sólo existe la sensación táctil, térmica, etc., que yo siento. En otras palabras, la manzana “es” esas sensaciones y si no tengo esas sensaciones, la manzana no es. Todo el ser está en lo que “yo” siento. Y lo que yo siento es plenitud de ser y no apariencia o representación de otra cosa. La vida, o sensibilidad, o mundo, o ser, es siempre esencial, pleno y no imagen de sustancia. El ser del mundo, todo lo que es, es el fenómeno, es decir, lo sentido y únicamente lo sentido actualmente en tiempo presente. El campo fenomenal que llamamos Mundo, Ser, Realidad, Experiencia es uno solo y por tanto indenominable: el campo de lo “sentido”, ni externo, ni interno, ni psíquico, ni material. En síntesis, no hay externalidad psíquica (otras conciencias). La sensibilidad, que el idealismo de Macedonio identifica con el ser, es única, continua, ayoica (no el sentir de nadie en particular), eterna, sustancial, plena y enteramente cognoscible.
El Ser macedoniano es un Sueño, es decir, una plenitud inmediata al alma, no inferido sino sentido a través de imágenes. Mi existir (de sensibilidad, no de cuerpo, dado que éste sólo es un grupo de imágenes que compongo en mi sensibilidad) no ha cesado nunca y carece de todo sentido concebir un mundo tras mis sueños, así como otras formas de existencia u otras sensibilidades en que ocurran hechos y haya estados de percepciones que no sean los míos, hechos y estados que yo ignoro. Dice Macedonio:

El estilo de ensueño es la única forma posible del Ser, su única versión concebible. Llamo estilo de ensueño a todo lo que se presenta como estado íntegramente de la subjetividad, sin pretensiones de correlativos externos, y llamo por eso al Ser un almismo ayoico, porque es siempre pleno en sus estados y sin demandar correlación con supuestas externalidades ni sustancias, tal como es el Ensueño, todo del alma, pleno, absorbente e incomprometido con la alegada Causalidad. Ayoico, o sin yo, porque es una, única la Sensibilidad, y nada puede ocurrir, sentirse, que no sea el sentir mío, es decir, el místico sentir de nadie, desde que no hay pluralidad de la Sensibilidad que deja de ser, por tanto, una Subjetividad. El Ser es místico, es decir, pleno en cada uno de sus estados; esta plenitud significa: no radicación en un yo y no dependencia o correlación con lo llamado externo y lo llamado sustancia

Para Macedonio, las imágenes de un sueño son tan nítidas y vivas como las de la vigilia; además tienen relaciones de tipo espacial, de sucesión temporal y duración iguales y provocan el mismo interés, y estados emocionales y agitaciones fisiológicas iguales a las del vivir. Pero los estados de vigilia son en su mayor parte más débiles y menos emocionantes que los del ensueño. El vivir cotidiano es lánguido y débil, mientras que los estados de ensueño van casi siempre acompañados de angustias, terrores o alegrías profundas. Los efectos de las emociones y actitudes del ensueño se perciben aún en la vigilia. Esto significa que desaparece toda diferencia grave como la que habitualmente se supone existe entre realidad y ensueño. Por lo demás, el ensueño es más largo que la vigilia. Macedonio considera ensueño todo pensar, todo imaginar, todo recordar y prever, y todas estas actividades ocupan la parte principal de la vigilia. En muchos instantes de nuestro vivir cotidiano caemos en un soñar en el que imaginamos, actuamos y sentimos con la intensidad del sueño en el dormir.
En cambio, en el dormir no hay nada de vigilia y hay mucho de ensueño. Ahora bien, si nuestra vigilia está hecha toda de olvidos, inconsciencias, recuerdos, ensueños, previsiones y combinaciones de imágenes y el olvido se entreteje con recuerdos de estados recientes, entonces podemos observar que la vigilia tiene un ser tan fantasmático como el de los sueños. Por lo tanto, para Macedonio, el ensueño y la vigilia son plena e igualmente reales, en ambos aparece igual plenitud en sus estados y el existir es igualmente sustancial en ellos. La composición del ensueño es como la de la vida: imágenes y afección (placer, dolor, sensación o emoción) y no difieren en la variedad, intensidad y distinción de ninguno de los componentes. El ensueño no carece de ninguna esencialidad de la percepción: tiempo, espacio, causalidad, nitidez, intensidad, variedad. Internamente el ensueño es un sistema suficiente y causal. Si tanto vigilia como ensueño son plenamente reales, entonces lo único irreal es la autoexistencia, la existencia de lo no sentido, la supuesta existencia del mundo antes que lo percibamos y después que cesamos de percibirlo.
Pero aunque ensueño y vigilia son para él plena e igualmente reales, considera que hay una diferencia entre ambos. Y esta diferencia no reside en la espacialidad o la temporalidad o en la ordenación causal. Aunque se atribuye a la vigilia una ordenación causal, por la cual la distingue Kant del ensueño (que no obedecería a la causalidad), la vigilia no deja de ser un sueño por regir en sus representaciones la ley de la causalidad. Las regularidades, periodicidades que determina que percibamos el conjunto del fenomenismo como un orden causal son esencialmente coincidencias o simultaneidades, es decir, igualdades de posición entre dos cambios. La vigilia es meramente un incesante desorden amenazado por algunas regularidades. No es la causalidad lo que distingue al ensueño del vivir. La verdadera diferencia estriba en que en lo llamado externo se comprende todo lo que no es afectable directamente por la psiquis. Lo “real” o externo tiene por característica la autonomía respecto de la psiquis y no la temporalidad, espacialidad o la cualidad de ser accesible a terceros.

Las cuatro inexistencias
Macedonio considera que las inexistencias son cuatro: el yo, la materia, el espacio, el tiempo. No hay ninguna imagen o percepción propia, exclusiva, como contenido de la palabra materia, así como de las palabras tiempo, espacio, yo. Por lo tanto, al afirmarlos como inexistencias se les niega a las palabras que los nombran alguna imagen como contenido privativo. Pero el yo, la materia, el tiempo, el espacio no necesitan ser negados en sí, ya que el ser no es negable por ser dado inmediatamente y en plenitud. De nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado. Y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección. El yo, la materia, el tiempo, el espacio jamás estuvieron en mi sensibilidad en calidad de imágenes. Por lo tanto, el yo, la materia, el tiempo, el espacio son los faltantes en el mundo. El lenguaje los sustantiva con un vocablo que precisamente los niega como sustancias y como fenómenos. Macedonio considera que el yo, la materia, el espacio y el tiempo no son sentidos, sino inferidos. El yo es supuesto como sustancia inimaginada, inconcebida de los cambios internos, psíquicos. Macedonio afirma que su tesis principal es la de la unicidad de la sensibilidad, la inconcebibilidad de una pluralidad en la sensibilidad. Afirmar la pluralidad de sentir implicaría precisamente la afirmación del yo. Pero no hay algo así como “yo” sino sólo pluralidad de estados. Por esta razón critica a Kant, quien afirma el yo directamente y sin explicación, aunque es la esencia del asunto, y utiliza sin definirlos los conceptos de individuo, alma, persona,, personalidad, sujeto, conciencia, identidad lógica del yo, identidad numérica del yo. Pero, como vimos, el yo nunca tuvo representación, imagen específica, privativa en la inteligencia y por tanto nunca fue nada. Sin embargo, Kant defiende la identidad del yo a través del recurso de la supuesta identidad de la materia. La misma es supuesta como sustancia inconcebida, inimaginada, de los cambios externos. La materia como sustancia del mundo o ser como autoexistentes antes y después de la sensibilidad, de la percepción, del mundo como “dado” es el error que anima la insistencia en el problema de ensueño-realidad y él se desvanece tan pronto como se considera la inanidad del yo:

“El mundo no es dado porque no hay el Yo a que sería dado, a quien el mundo se ofrecería y se rehusaría, que el yo encontraría y dejaría tras breve vivir y algunas efímeras percepciones”.

En lo que respecta al espacio, Macedonio argumenta que el mundo no tiene magnitud ya que puede ser abarcado con la más amplia mirada. La llanura y el cielo caben en el recuerdo, es decir en imagen, totalmente y con todo su detalle en un punto de mi psique, de mi mente. Ésta no tiene extensión, puntos, y contiene imágenes. De este modo lo material se hace imagen sin posición ni extensión, por la sola evocación de mi mente. De esto deduce: 1) que lo Exterior no es intrínsecamente extenso; 2) que la mente, psique, conciencia, alma, sensibilidad, no tiene extensión, posición, ni estación en ninguna parte; 3) que el cosmos es por lo tanto un punto, o mejor dicho, la imagen involuntaria, autónoma, contingente o espontánea frente a nuestra voluntad. Esta extensión es la que crea la ilusión de pluralidad que no es aplicable a la única realidad del ser: la sensibilidad. Respecto del Tiempo, Macedonio considera que la duración es meramente la suma de cambios que deben ocurrir, hacerse actuales antes de que se haga actual otro cambio; y ese antes y este hacerse actual no son implicaciones de tiempo sino correlativos psicológicos: así es actual un estado cuando la afección –deseo o temor- que le está ligada culmina en intensidad.

La causalidad
De acuerdo con Macedonio, además de la categoría de sustancialidad, o autoexistencia frente a la sensibilidad, la realidad pretende otra categoría tan primordial como aquella: la de ordenación causal entre los fenómenos.
Y así como impugna la categoría de substancia autoexistente frente a la sensibilidad, inmutable detrás de los cambios, del mismo modo rechaza la categoría de causalidad. Macedonio señala que el ser es libre. El ser no tiene ley y por lo tanto todo es posible. Debe rechazarse cualquier posición que use palabras tales como orden u ordenación para significar la realidad. Macedonio impugna la existencia de leyes en el mundo, considera ingenuo creer que las representaciones o sucesos de la vigilia se sucedan conforme a leyes.
De acuerdo con Macedonio la ordenación causal es empíricamente verificable o invalidable sólo respecto del pasado. Lo sentido por mí antes, lo que ahora siente otro, no son nada, de la misma manera que no es nada lo que sentiré mañana. Esto quiere decir que el supuesto encadenamiento causal del vivir, de la llamada vigilia -encadenamiento que se supone continuo-, es una construcción ficticia que origina la contraposición que establecemos entre ensueño y realidad.( En este sentido, considera absolutamente injustificado suponer una causa a la vigilia. Esa causa supuestamente universal, eterna, autoexistente, que existe aunque no sienta ni sea sentida, esa causa no es real , no es soñada ni soñable: es un mero verbalismo, es el noumeno, la substancia que absurdamente se concibe como Causa del Mundo. Este es el espejismo de la tesis realista).Para Macedonio sin embargo esa cadena de hechos externos no es tan continua: constantemente es interrumpida por imaginaciones, ensueños, meditaciones, actividades y ocurrencias imprevistas. Pero además dentro de la misma cadena de hechos tienen lugar una cantidad de imprevistos (previsibles o no) que de inmediato aparecen con calidad de ensueño en medio del número de hechos que se repite día a día. Pero además, para Macedonio es absurda la idea de una sola cadena causal que abarque todo el fenomenismo y que se guíe por una sola ley. Por el contrario, aunque todo fenómeno estará implicado en una cadena causal, habrá innumerables cadenas causales, lo que hará posible frecuentemente la simultaneidad de fenómenos:

“la coexistencia en simultaneidad de millares de series causales equivale, para la subjetividad, a la no causalidad en el sentido de que la recepción de percepción por la subjetividad es de hechos simultáneos, o mejor, inmediatamente sucesorios”

De la multitud de series causales simultáneas, Macedonio deriva la cuestión de la existencia de un orden causal. La causalidad no impide el acontecer de lo imprevisto. Y las percepciones de estrictas secuencias causales constituyen solamente la mitad de nuestras percepciones cotidianas. Esta aleación constante de lo causal y lo no causal en la subjetividad, hacen del vivir, de la vigilia, el más intrincado desorden.
Pero Macedonio no solamente recurre a su propia concepción metafísica para contraponerla a la idea de ordenación causal. También se ocupa de impugnar lógicamente el argumento sobre el que se sustenta, dado que consiste en una petición de principio: para afirmar que mi creencia en la causalidad es un efecto, y un efecto de haber visto numerosas secuencias del tipo causa-efecto, evidentemente aplico el principio de causalidad.

Héctor Levy-Daniel