23 de mayo de 2008

Breve monólogo de Franca (Apuntes para una nueva pieza teatral)

Franca: Noche. Me despierto, miro el reloj en medio de la oscuridad, son las cuatro de la mañana. Busco con la mano en el lugar de él. No lo encuentro . Estiro más el brazo, para saber que no me estoy equivocando, pero no, no está. Ya sé que no voy a volver a dormir, voy a imaginarme dónde está, voy a pensar que en este mismo momento él sí duerme, en la misma cama que ella, en algún lugar de la ciudad (aunque a mí me dijo que iba a llegar para la cena, o antes.) Quizás llegue mañana a las nueve y me traiga un regalo. Voy a fingir que realmente estuvo en el pueblo que me dice, le voy a preguntar cómo le fue. El me va a contar una anécdota totalmente falsa y yo voy a mostrarme interesada. Vamos a reír juntos. El va a preguntarme si los chicos están ya en el colegio y yo le voy a decir que sí. Entonces él va a acercárseme, me va a abrazar, me va a besar el cuello, va a apoyar sus dos manos en mi culo y me lo va a apretar, me va a meter después una mano por adentro del corpiño y yo entonces voy a dejar que me lleve a la cama, sin mayor esfuerzo. Y cuando el ponga su lengua en mi vulva, cuando esté ya dentro de mí, todo el tiempo voy a preguntarme cómo es ella, más alta que yo o más baja, cuántos años menos, voy a imaginarme que también a ella le hace lo que me hace a mí, también a ella la observa mientras le da placer.

CUADERNO BESTIARIO 2 : Una cruza, de Franz Kafka.


Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano: Por qué hay un animal así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las pierna y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, yo estaba por acabar con todo. Con esta idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.

Franz Kafka. Una cruza.

La imagen de hoy: "La boda rusa", de Chagall

CUADERNO INFANCIA 3


Vuelvo del colegio Maimónides en el colectivo 172 que para, como siempre, en Aranguren y Emilio Lamarca, a pocos metros de mi casa. Doy unos pasos y me encuentro con aparatos típicos de velorios, apoyados contra la puerta de la casa de la Chiquita, nuestra vecina. Inmediatamente adivino que algo terrible ha sucedido. Junto a los aparatos está Adrián, uno de los grandes amigos de mi infancia, gordo, grandote, macizo, seguro. Adrián lee el horror en mi mirada. Me dice: “se murió, ¿y qué? Se murió. Se murió Carlitos”. Yo no puedo disimular el desasosiego que la noticia me produce. Adrián sigue: “se murió, se murió, y qué”. Todavía no puedo comprender por qué quería vivir la noticia con naturalidad, por qué quería mostrarme que la idea de la muerte a él no lo afectaba. Tampoco puedo comprender cómo se dio cuenta tan rápido que a mí sí me impresionaba, que yo no podía disimular nada de lo que me sucedía al ver esos aparatos. Carlitos era el hijo de la Chiquita y apenas pasaba de los veinte años. Era un muchacho enorme, que cuando yo tenia cuatro o cinco años, no demasiado tiempo atrás, me levantaba de una de mis piernas y me mantenía boca abajo mientras yo me reía a carcajadas.