22 de mayo de 2008

Cine. Reseña Intempestiva: Besieged, de Bernardo Bertolucci


Una bella mujer africana realiza tareas domésticas en la casa que un pianista acaba de heredar de su tía. Un día el pianista le declara su amor a la mujer, que lo rechaza y le cuenta no sólo que es casada sino que su marido es un preso político de una dictadura en su país natal. La relación vuelve a ser la de patrón y empleada pero ella progresivamente advierte que el pianista poco a poco se va desprendiendo de los objetos de valor que abundan en la mansión y un día encuentra estampillas de su país (en estas está la imagen del dictador) pegadas en un sobre destinado a su patrón. Cuando ya casi no quedan objetos en la casa la mujer recibe un sobre con las mismas estampillas, destinado a ella. La carta le informa que su marido está vivo y ha mejorado sus condiciones como prisionero. Inmediatamente se da cuenta que el pianista ha estado pagando el rescate. Sin embargo, ella no se atreve a enfrentar a su patrón para agradecérselo. Cuando el pianista ha llegado al punto de vender su piano y ella ya ha recibido un telegrama de su marido en el que le informa de su libertad y su inminente viaje a Italia para encontrarse con ella, la mujer entra en crisis: el acto de amor absoluto de su patrón la ha conquistado y la llegada de su marido recién liberado deja de ser un motivo de felicidad para convertirse en un dilema irresoluble. La película está contada con la cantidad mínima imprescindible de palabras. Y cada diálogo tiene una funcionalidad extrema. Hay un uso radical de la narración en imágenes y la luz, la composición y el color tienen roles protagónicos. Los actores otorgan a cada momento de la vida de los personajes la dosis exacta de intensidad necesaria para cada situación y el resultado es una expresión tal que no se requieren palabras. La secuencia final, que alterna entre un plano general que muestra al marido parado frente a la puerta, un dedo que presiona sobre un timbre y, en la cama junto al pianista, la mujer que no se decide a abrir, es un ejemplo de cómo el director logra la máxima tensión con una cantidad de imágenes mínima. Y en la misma secuencia, la cámara fija en un tiempo prolongado sobre el lugar vacío que ella ha dejado en la cama, cuando finalmente se decide a acudir al llamado, es un ejemplo del uso metafórico que puede lograrse cuando se tiene en claro que la cámara, además de narrar, es portadora de significado.

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