18 de noviembre de 2008

Cine. Reseña intempestiva. El cardenal, de Otto Preminger


La película se inicia con la escena de promoción como cardenal del protagonista (Tom Tryon), que con rostro pensativo nos anuncia que va a recordar los momentos principales de su historia con lo cual nos queda claro desde el inicio que toda la película, salvo dos o tres tomas va a tener la estructura de un flash back. Y este flash back estará cronológicamente ordenado, con algunas lagunas temporales entre fecha y fecha, pero sin saltos hacia delante o hacia atrás, que traicionen la estructura cronológica.
La película es bien larga, dura tres horas y está dividida en dos partes bien diferenciadas.
En la primera, en el principio nos cuenta del encuentro de Stephen con el cardenal italiano amigo, que lo ha formado como sacerdote y que se le presenta como sostén en su futura carrera hacia el cardenalato. Este encuentro tiene lugar inmediatamente antes de la partida del protagonista hacia Boston, su ciudad natal, en Estados Unidos, donde encuentra a su familia, atravesada por un conflicto grave, ya que su hermana menor mantiene un noviazgo con un judío y hasta piensa casarse con él. La intransigencia del sacerdote respecto de la relación (exige que el novio se convierta al catolicismo, cosa que luego de algunos vaivenes aquél decide no aceptar) llevan a la hermana menor a fugarse de la casa y convertirse en una bailarina de cabarets y teatros. Y aquí está la primera debilidad del film: el rechazo de la religión impuesta por su hermano religioso la lleva a hundirse en una corrupción de la que ya no podrá salir. Simultáneamente Stephen lidiará con sus propios problemas: un cardenal norteamericano (interpretado por John Huston en una composición impresionante) lo acusa de tener una vanidad y ambición desmedidas y lo envía a un pequeño pueblo (de Canadá?) para que aprenda humildad junto a un cura de apellido Halley. Este cura está enfermo de muerte y el protagonista se mantiene a su lado incondicionalmente y hasta vende sus propias pertenencias para ayudarlo, entre ellas el anillo que el cardenal italiano le regaló en Roma. Este anillo llega a manos de Huston, quien luego de acusarlo, se entera de la situación desesperada del cura Halley. Huston viaja al pequeño pueblo de Canadá, le da la extremaunción a Halley y convierte al protagonista en su secretario. Simultáneamente, nos enteramos de que la hermana de Stephen está embarazada, a punto de parir y el nacimiento del niño significará para ella un riesgo de muerte, por lo cual, Stephen está ante dos alternativas: o da la autorización para un aborto que salvará a su hermana, o decide salvar al niño, aun a riesgo de una muerte segura de aquella. El cura, ya convertido en monseñor, opta por la vida del niño, con la consiguiente muerte de la madre (cosa que no se confirma sino por una serie de datos sutiles, logro de Preminger).
Hasta aquí vemos la película dividida en dos planos que no terminan de ensamblarse, de constituir una unidad. Por un lado, el plano personal: la hermana perdida, su fuga, su transformación, su muerte, que adquiere inevitablemente un carácter moral: su desvío de la buena senda es castigado con su propia muerte. Por otro lado, su carrera política, dentro de la Iglesia, que se interrumpe de pronto cuando, ante la posibilidad de ser obispo en Roma, impulsado por el cardenal que interpreta Huston, decide tomarse un par de años para pensar si quiere seguir siendo sacerdote, ya que lo acontecido con su hermana, de lo cual él se considera único responsable, le ha provocado una crisis de conciencia.
Durante este impasse, como profesor de inglés en Viena, se enamora de una alumna, protagonizada por Romy Schneider, que en realidad le sirve como catalizador para una toma de conciencia acerca de su propia vocación: ante la alternativa de casarse con Schneider o continuar su carrera en la Iglesia, decide optar por esta última. Esto se expresa a través de una cita que no llega a tener lugar: Stephen espera a Schneider en un bar, vestido de cura. Ella lo ve a través de la ventana, se produce un intercambio de miradas y Schneider, sin siquiera atravesar la puerta para despedirse de él, da media vuelta y se va.
A partir de este momento, la película se dedica exclusivamente a la carrera política de Stephen: vuelve de Roma a Georgia, Estados Unidos, para ayudar a un cura negro al que el Ku Klux Klan le ha quemado la iglesia. De esta manera se presenta como un cura muy progresista en el contexto de una Iglesia dominada por Pío XII. El mismo Stephen sufre los embates del Ku Klux Klan y la publicidad que logra por este hecho termina por catapultarlo hasta el obispado. Ya obispo, es enviado por el Vaticano a Viena para presionar a un cardenal que no ha disimulado su gran simpatía por Hitler, en el momento del Anschluss.
Toda esta última parte deriva hacia una zona imprevisible y por demás inverosímil: vuelve a encontrar a Schneider, convertida en la mujer de un banquero antinazi, que decide suicidarse en el mismo momento en que los tres tienen un almuerzo en la casa: la llegada de la Gestapo, es determinante para esta decisión, que transforma a su viuda, de simpatizante del nazismo en una resistente cabal.
Por otro lado, la presión sobre el cardenal pro nazi, no tiene demasiado éxito ya que el cardenal intenta extorsionarlo con una foto de Stephen y Schneider, sacada en el cementerio, en el momento del entierro del banquero. Los hechos se precipitan: a pesar de que Stephen le ha ofrecido su protección a Schneider, esta decide entregarse como una manera de expiar su culpa por haber apoyado al nazismo (en esta película los errores se pagan caro); el cura pro nazi acude a una reunión con Hitler que le grita sin piedad (esto no se ve, sólo se oyen los gritos de Hitler, como si fuera esto lo que caracteriza al jefe nazi: su capacidad para gritar) y sale de dicha reunión transformado en un cura antinazi que lidera un movimiento de resistencia católico que culminará con el ataque de las hordas nazis sobre el edificio en el que se concentra la jerarquía eclesiástica. No hay contradicciones, se pasa de un estado al otro, sin solución de continuidad. Y, por supuesto, el movimiento católico aparece como progresista, como cualquier otro .
Sobre el final, Stephen, que ya ha recordado todo lo necesario para que el film tenga su desarrollo, que ya se ha convertido en cardenal, da un discurso antinazi, en el que reivindica los valores de la democracia y la libertad, valores de los cuales se supone que Estados Unidos es el guardián incondicional.

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