16 de noviembre de 2009

Monólogo de la mujer china


B: Cuando llega siempre parece cansado. Y nunca me defrauda, siempre llega. A veces se atrasa unos días, a veces unas semanas. Una vez tardó dos meses en aparecer. Pero nunca me equivoco: cuando él va a venir, yo lo sé desde la mañana. Es ese día y ningún otro. Quizás en poco menos de una hora, quizás al anochecer. Pero ése es el día, antes que yo me acueste. Siento como una brisa que me nace en los pies y me recorre por dentro hasta el estómago y el pecho. La respiración se me hace difícil y entonces me doy cuenta de que tengo que levantarme de la cama. Inmediatamente caliento mucha agua porque yo sé que él la va a necesitar. Y aprovecho para prepararme té. Después me planto en la puerta y recorro con la vista la línea del horizonte a la espera de que se interrumpa en algún punto: una pequeñísima mancha indefinida que poquito a poquito va tomando la forma de un hombre montado a caballo. Mi señor es un jinete eximio. Jamás se lo puede pensar sin su caballo, una bestia enfurecida que llega con la boca rebosante de espuma blanca, un chorro de sudor que se le escurre de la pequeña cola, prácticamente reventado.
Luego de dejar el caballo tendido en el suelo se me acerca y me mira fijamente a los ojos. Es la oportunidad, la única, que él me da para que yo pueda ver en su rostro las marcas de la guerra: heridas pequeñas, cubiertas de sangre mezclada con barro. Su sangre y la de otros. No dice una sola palabra, no me regala ni una sonrisa, sólo entra en la casa y la recorre brevemente con su mirada turbia. Luego vuelve a fijar sus ojos en mí y entonces sé que llegó el momento de ayudarlo. Extiende los brazos y sus piernas y yo le desprendo de sus ropas, que huelen a muerte y a niños huérfanos. Mi señor se deja estar varias horas dentro del pilón y durante todo ese tiempo yo debo estar atenta: el agua no debe enfriarse ni un tanto así. Mantiene la mirada perdida y su imaginación recorre no se sabe qué paisajes macabros que se reflejan en sus ojos de piedra. Dos palmadas me anuncian que el baño ha terminado. Tomo un gran manto y lo cubro.
Me hace el amor en silencio y sólo el éxtasis final le arranca el primer sonido desde su llegada, un grito seco, atormentado. Mi señor es un hombre que atesora desdichas que sólo él conoce. A pesar de que jamás me permite acercarme, a menudo me pide un hijo. Él supone que yo no quiero dárselo, o que no puedo. Sin embargo, yo lo deseo tanto como él. Le he dado ya varios hijos, sólo que él no lo recuerda, niños, niñas... Buscamos en la mañana el hijo que nos va a alegrar el día, pero ya no está. Buscamos más y más y entonces nos damos cuenta de que tendremos que aguardar la llegada del nuevo.

Héctor Levy-Daniel

3 comentarios:

MARIA ALICIA HERRAIZ dijo...

ESE HUECO DE ORO EXISTENCIA FEMENINA HASTA EL HARTAZGO .!.

Patricia Nale dijo...

Intenso y breve. Excelente!

Patricia Galotta dijo...

excelente. me trasladó rapidamente hacia oriente . Pleno del sentimiento femenino .PATRICIA GALOTTA.-