20 de junio de 2011

John Berger. La cara de los cuadros.


“Sea lo que sea lo que esté persiguiendo, lo que el pintor quiere encontrar es la cara de lo que busca.” Y ¿qué es eso de "la cara"? "Persigue que la cosa le devuelva la mirada, persigue su expresión: un signo por pequeño que sea de su vida interior”.
Según Berger, a las fotos, los videos, las películas no se les encuentra nunca la cara: no la tienen; como mucho se encuentran recuerdos de apariencias y parecidos. La cara, por el contrario, siempre es nueva: algo que no se ha visto nunca, pero que sin embargo resulta conocido. (Conocido porque, dormidos, soñamos con la cara del mundo entero, el mundo al que fuimos lanzados atropelladamente al nacer).
“Cuando un cuadro terminado hace que nos paremos delante, nos paramos como si el cuadro fuese un animal que nos está mirando (...). La pintura extendida con el pincel o la espátula en la superficie es el animal, y su ‘apariencia’ es la cara. Pensemos en la cara de la Vista de Delft de Vermeer”. Berger utiliza el término lugar. Para Berger, un lugar es lo opuesto a un espacio vacío: un lugar es donde sucede o ha sucedido algo. “El pintor está siempre intentando descubrir, tropezarse con ese lugar que contiene y rodea su acto de pintar en ese momento. Idealmente debería haber tantos lugares como cuadros. El problema es que muchos cuadros no llegan a convertirse en lugares. Y cuando un cuadro no llega a convertirse en lugar, no pasa de ser una representación o un objeto decorativo, una pieza del mobiliario”.
De acuerdo con Berger, cuando ese lugar se encuentra, “se halla en algún lugar de la frontera entre la naturaleza y el arte. Es semejante a un agujero en la arena dentro del cual se ha borrado la frontera. El lugar de la pintura empieza en este agujero. Empieza con una práctica, con algo que se está haciendo con las manos, las cuales buscan luego la aprobación del ojo, hasta que el cuerpo entero está contenido en el agujero. Entonces hay una posibilidad de que éste se convierta en un lugar. Una pequeña posibilidad”. Berger analiza el tema del lugar en dos cuadros de Tintoretto:
“En el Robo del cuerpo de San Marcos, el cuadro, como lugar (...) tiene que ver con la leña apilada en el segundo plano, donde será incinerado el cuerpo del santo. (...) La pila de leña es la madeja con la que se ha tejido ese cuadro colosal”. “En Susana y los viejos, el cuadro como lugar no surge del incomparable cuerpo de la mujer ni del ingenioso espejo ni del agua que la cubre hasta las rodillas; no, no surge de ahí sino del extraño y artificial seto de flores tras el cual se esconden los viejos. Al tocar, con una pincelada maestra, las flores del seto, Jacopo dispuso el lugar al que habría de llegar todo lo demás. El seto asumió el papel de anfitrión y amo”.
Berger se pregunta cómo trabaja un pintor en la oscuridad. Y responde: “Construye un refugio desde el que hacer incursiones a fin de estudiar el terreno. Y todo eso lo hace con los pigmentos, las pinceladas, los trapos, un cuchillo, los dedos. El proceso es táctil. Pero lo que el pintor espera tocar no es por lo general tangible”. Cuando un cuadro se transforma en un lugar, existe la posibilidad de que aparezca en éste la cara de aquello que el pintor está buscando. Esa mirada que el pintor espera, desea, que le devuelva el lienzo, nunca es directa, sólo puede llegar a través de un lugar. “Lo que el pintor busca sin cesar es un lugar para recibir a la ausencia. Si lo encuentra, lo dispone, lo ordena, y reza por que aparezca la cara de la ausencia” Y Berger aclara que la cara de la ausencia puede ser el ijar de una mula, ya que afortunadamente no hay jerarquías.

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