25 de abril de 2012
El arroyo
Luisa: El fuego empezó antes de que amaneciera. Por eso nos tomó de sorpresa. Ahora parecería que nadie se acuerda del incendio. Nadie quiere hablar de eso, como si fuese un mal sueño que es mejor olvidar. Pero no, yo no quiero olvidar, quiero hablar de ese incendio, no me olvido nunca, cierro los ojos y lo veo, la casa en llamas, mi casa, y las demás casas también, una pegada a la otra, todas de color rojo por el fuego, y el calor en la espalda y el calor en la cara y en los brazos y en las piernas, y todos nosotros ahí, las caras manchadas de negro, miramos cómo se queman nuestras casas y algunos amagan a entrar, ahora que se escaparon, pero enseguida se frenan, miran a los costados para confirmar que están todos ahí, que ninguno se quedó adentro, yo no miro para el costado porque mi Lenita está conmigo, en mis brazos contra mi pecho, yo no la dejo ni un segundo, no la quiero soltar, está envuelta en la frazadita que a ella le gusta, fue lo primero que rescaté cuando vi que había fuego, esa frazadita rosa que ella busca cada vez que tiene sueño, cada vez que quiere dormir, yo la tengo a Lenita envuelta en la frazadita y siento cómo el calor que sale de la casa se viene en ráfagas y sé que perdí todo lo que hay en la casa pero también sé que Lenita está conmigo contra mi pecho y entonces siento que no perdí nada, que el calor no la toca, que lo tengo todo conmigo. Lenita duerme y en medio de los gritos de las mujeres y los chicos, yo me preocupo de que no se despierte, la gente me habla y yo no sé qué me dice, no contesto, aprieto fuerte a mi Lenita contra mí. De pronto Lucía, la mujer de la casa de al lado se me viene encima y me grita cosas que no puedo entender, tiene el pelo rubio quemado y los dos brazos negros, llenos de ampollas, de pronto siento que Lucía puede querer sacarme a Lenita de los brazos y entonces voy caminando para atrás sin perderla de vista, mientras dos o tres hombres la agarran a Lucía y tratan de calmarla, pero ella grita y se mueve fuerte y no hay cómo frenarla y yo sigo mi camino, paso tras paso para atrás y me alejo de Lucía y de mi casa y de la gente, camino para atrás mucho tiempo, sin apartar la vista del pueblo, de la calle de tierra de mi casa, ahora ya es de mañana, el sol me da en la frente y yo no puedo tolerarlo entonces giro y me voy hacia el oeste, sola, a través del desierto y camino y camino sin detenerme un solo momento, Lenita duerme y yo tengo sed y entonces sé que también ella tiene que tener sed y entonces me digo que tengo que terminar de cruzar el desierto hasta algún otro pueblo antes de que nos caiga encima sol del mediodía a Lenita y a mí, si no cruzamos rápido el sol nos va a partir, pero no bien termino de pensar eso veo a lo lejos un arroyo y entonces quiero correr pero las fuerzas no me dan más, con Lenita entre mis brazos, no la solté ni un solo segundo, la tuve todo el tiempo contra mi pecho, apuro el paso hacia el arroyo, quiero tomar agua, sí, pero también quiero meterme en el agua, mojarme, lavarme toda entera, sacarme las manchas y lavarla también a Lenita y darle agua para que tome, ella siempre tiene mucha sed, siempre quiere tomar agua, ahora está dormida pero cuando se despierte va a querer tomar agua, mucho agua, le encanta el agua, va a querer mojarse, va a querer que la moje, camino apurada hasta el arroyo, aunque estoy agotada los últimos pasos los doy como si corriera, falta poco, muy poco, llego al arroyo, me quito las sandalias, me meto en el agua con la pollera y la camisa puesta, con Lenita envuelta en la frazada contra mi pecho, la sostengo con mi brazo izquierdo mientras tomo agua y me enjuago la cara y la cabeza con el derecho, por fin estamos ahí, a Lenita no la quiero meter con la ropa puesta. Salgo del agua, me quedo en la orilla, por fin voy a descansar un poquito, dejo la frazada rosa sobre la arena de la orilla, la abro para ver la carita de Lena. Pero Lena no está. Enseguida me tiro al agua porque pienso que quizá se me cayó en el arroyo pero sé que eso no puede ser, el agua es cristalina y el arroyo es bajito y Lena no está por ningún lado. Camino y camino por el arroyo con la pollera puesta y sin darme cuenta no dejo de mojarme la cara y la cabeza mientras la busco a Lena, pero Lena no aparece. Vuelvo a salir, tomo la frazadita, la agito y doy gritos de terror en medio del desierto. Le pido a Dios que me devuelva a mi hija, que me diga dónde está mi hija, el sol está ahora bien alto, y me da justo encima de mi cabeza mojada. Corro por el desierto, trato de caminar por dónde vine, busco algo que me diga dónde la pude haber dejado, en qué momento la pude haber perdido.
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