23 de junio de 2013
Un mensaje imperial, de Franz Kafka.
El Emperador –así dicen– te
ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la
sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol
imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde
su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le
susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo
repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la
repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte
–todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y
sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo
los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero que partiera.
El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable;
extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la
multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el
signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la
multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se
abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso
sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus
esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del
palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no
habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender
las escaleras; y, si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría
que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio
circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un
palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la
última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le
faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se
amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y
menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu
ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.
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