26 de diciembre de 2008

CUADERNO INFANCIA 30


Es de tarde, hay un acto en el colegio por alguna fecha patria. Mamá me prometió que va a venir, pero el acto comenzó y mamá todavía no está. No es lo mismo volver solo a casa que de la mano de ella y además me gusta que esté en el acto, siento su compañía aunque se mantenga a distancia. Tocan el himno y mamá todavía no ha llegado. Empieza en el escenario alguna representación que los chicos tienen preparada y entonces sucede. Llega por fin, su silueta se recorta a través de los rectángulos de vidrio esmerilado que conforman la puerta. Espero que la puerta se abra para verla aparecer pero aunque mamá empuja la puerta no se abre. Veo que recorre con sus manos el marco tratando de encontrar la forma de abrir pero no hay manera. Alguien la ha dejado cerrada y en este momento, nadie advierte, en todo el colegio, que detrás de la puerta hay una persona que intenta abrir. O quizás sí lo advierten y la castigan por haber llegado tarde. Yo sigo viendo los esfuerzos que hace la silueta de mamá, me contengo para no gritar que alguien le abra. Nadie la ve. A través de los rectángulos de vidrio esmerilado veo cómo la silueta se da por vencida, deja de empujar, baja los brazos, da media vuelta, se aleja, desaparece. Me quedo durante el resto del acto embargado por una angustiosa impotencia.

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