26 de diciembre de 2008

Harold Pinter. Dramaturgia de la amenaza 2.


En su obra siguiente, La fiesta de cumpleaños, tenemos nuevamente una obra vertebrada sobre la amenaza. La acción se desarrolla en una pensión de una ciudad costera cuyo inquilino es Stanley Weber, un hombre que parece haber sido pianista en otros tiempos, aunque ahora no hace absolutamente nada. Meg, la dueña de la pensión mantiene con él una relación maternal asfixiante de la que él inevitablemente saca algún provecho, aunque es ostensible cuánto ella lo irrita. Nos internamos en el núcleo de la acción con la llegada de dos hombres que se supone buscan un lugar donde hospedarse por algunos días. Uno de ellos es un irlandés de apellido McCann, callado y siniestro, y el otro es Goldberg, un judío verborrágico. Si bien no tenemos oportunidad de verificarlo, ambos parecen ser asesinos a sueldo o algo por el estilo. Aunque es evidente que han ido en busca de Stanley, no podemos descubrir por qué razón.
Como en La habitación tenemos al matrimonio de Meg y Petey en una situación absolutamente cotidiana: también en este caso la mujer le sirve el desayuno a su esposo. Petey lee el diario y menciona entre otras cosas que el día anterior dos hombres vinieron a verlo mientras trabajaba en la playa y le preguntaron si tenía habitaciones disponibles. Meg se preocupa porque no tiene una habitación lista. Luego despierta a Stanley y éste aparece en escena. Inevitablemente comenzamos a plantearnos los primeros interrogantes. Aún no sabemos que Stanley es solamente un inquilino y por lo tanto ignoramos qué tipo de relación une a Meg con Stanley, qué papel juega Stanley en esa casa, por qué Meg es con Stanley tan insoportablemente pegajosa y éste puede llegar a ser tan desagradable. En otras palabras, jamás podremos descubrir los motivos que han llevado a ambos a constituir una relación que está bien lejos de parecerse a lo que uno imagina es el vínculo entre una casera y su inquilino. Más bien podemos sospechar por parte de ella un cierto enamoramiento y una cierta incondicionalidad de los que evidentemente Stanley se ha acostumbrado a sacar el mayor provecho. Luego que Petey se ha ido - mientras sirve un desayuno que Stanley desprecia- Meg le cuenta que dos hombres van a hospedarse. Stanley se sobresalta y hace una predicción que será significativa: anuncia que los dos hombres vendrán en una camioneta con una carretilla. Afirma que están buscando a alguien y él sabe a quién. La predicción de Stanley nos sumerge de una vez en un abismo pleno de interrogantes: ¿por qué sabe Stanley que van a venir? ¿Por qué en una camioneta? ¿Qué significa la carretilla? ¿Es a él a quien están buscando? ¿Por qué? Y todos estos interrogantes sirven de base a la amenaza, la cual se instala a partir de ahora en el curso de la acción. Las preguntas se nos multiplican cuando los dos hombres ingresan en la casa, sin que nadie los advierta. McCann, que parece bastante nervioso, le pregunta a Goldberg cómo sabe que están en la casa que buscan. Goldberg se limita a tranquilizarlo. McCann le pregunta a Goldberg si ese trabajo será como los anteriores. Nos preguntamos que tipo de trabajo hacen. Aunque podemos intuirlo jamás tendremos una certeza de cuál es la verdadera actividad de ambos. Mantenerse en el terreno de lo inespecífico es otra de las estrategias dramatúrgicas de Pinter. De este modo nos obliga a imaginar diferentes alternativas pero no nos da los suficientes motivos para inclinarnos definitivamente por ninguna. Involuntariamente asociamos el trabajo cuya naturaleza desconocemos con la predicción de Stanley. La amenaza ahora comienza a adoptar contornos definidos. Por lo demás, lo que sí nos queda en claro es la jerarquía: McCann está respecto de Goldberg en una relación de subordinación. Goldberg se nos presenta como más refinado y sutil mientras que McCann se muestra más huraño y obtuso. Cuando aparece Meg esto se hace evidente: mientras McCann se mantiene callado en un segundo plano, Goldberg se muestra capaz de ser con la casera absolutamente encantador, lo cual seduce a Meg de una vez y para siempre. El contraste entre la fascinación que provoca y lo que él espectador intuye como su naturaleza real profundiza en gran medida el carácter siniestro de Goldberg. Cuando Meg les cuenta a ambos que ese mismo día es el cumpleaños de Stanley, Goldberg propone afablemente hacer una fiesta de cumpleaños. En la escena siguiente Stanley le pregunta a Meg quiénes son los dos hombres y cuando luego de un esfuerzo ella logra recordar que el nombre de uno de ellos es Goldberg, Stanley permanece callado. Meg interpreta su silencio como fastidio y le promete a su inquilino que todo seguirá como hasta entonces, que nadie lo molestará y que no debe estar triste porque ese día es el de su cumpleaños. Stanley lo niega, Meg insiste y le regala un tambor. Tenemos pues más preguntas: ¿conoce Stanley el nombre de Goldberg? Stanley no reacciona para informar al espectador. ¿Por qué hay dos versiones contradictorias sobre el día del cumpleaños? ¿Por qué Meg le regala un tambor para niños? La estrategia de Pinter funciona a pleno: muchos más interrogantes que información.
En el comienzo del segundo acto, McCann tiene un diálogo con Stanley en el que aquél se muestra bastante amenazador, aunque Stanley adopta una actitud desafiante. McCann le informa que está todo preparado para la fiesta pero Stanley se muestra poco dispuesto a participar. Stanley le dice que le parece conocerlo de antes, McCann niega que eso sea posible. Stanley le pregunta directamente por qué han elegido la casa y posteriormente niega que ese día sea el de su cumpleaños. Cuando Goldberg aparece en escena y se presenta ante Stanley, éste no pierde el tiempo y directamente les sugiere la conveniencia de que los dos se marchen pues la habitación que Meg les ha reservado está ocupada y ambos tendrán que abandonarla. Goldberg no se inmuta y no intenta convencer a Stanley de lo contrario. Se limita a felicitarlo por su cumpleaños y en hablar sobre los cumpleaños (Goldberg es capaz de hablar sobre cualquier cosa). Entra McCann con las botellas y entonces Stanley les advierte a los dos hombres que no dejará que saquen ventaja de Meg y de Petey, pues aunque los dos caseros han sido incapaces de distinguir quiénes son, él no ha perdido su olfato. Goldberg y McCann tratan de lograr que Stanley se siente, lo cual éste evita por todos los medios. Finalmente Goldberg y McCann lo reducen y lo someten a un extenso interrogatorio (en el que hacen las preguntas más absurdas) a través del cual Stanley se va derrumbando. Cuando Meg vuelve a aparecer en escena preparada para festejar el cumpleaños de Stanley, éste ya está vencido y toda la fiesta de cumpleaños es en realidad el festejo de la victoria de Goldberg y McCann sobre Stanley.
Por eso en el tercer y último acto no les cuesta nada sacar a Stanley de la casa. Tan sólo se limitan a informar a Petey del estado de Stanley, anuncian un colapso nervioso, por lo cual le anuncian la necesidad de llevarlo a otro lugar. Petey, que se ha dado cuenta de lo que sucede, intenta oponer una leve resistencia, pero no insiste porque advierte que la amenaza se cierne ahora también sobre él. Es por eso que admite que se vayan con Stanley. Aquí tenemos un pequeño fragmento que me parece revelador:

PETEY. ¡Déjenlo solo!

Se detienen. GOLDBERG lo observa.

GOLDBERG (insidiosamente). ¿Por qué no viene con nosotros, señor Boles?
MCCANN. Sí, ¿por qué no viene con nosotros?
GOLDBERG. Venga con nosotros a Monty. Hay mucho lugar en el auto.

Petey no se mueve. Ellos pasan junto a él y alcanzan la puerta. MCCANN abre la puerta y levanta las valijas.

PETEY (quebrado). Stan, no dejes que te digan lo que tienes que hacer!

¿Quiénes son entonces Goldberg y McCann? ¿De dónde conocen a Stanley? ¿Qué es lo que Stanley ha hecho? ¿Adónde lo llevan? Todas estas y otras innumerables preguntas permanecen sin respuesta. Podemos decir que hay aquí algo absolutamente ininteligible, incoherente, no lógico. Pero también podemos concebir la existencia de una lógica y una racionalidad a la que no tenemos prácticamente ningún acceso, que nos resulta absolutamente incognoscible pues carecemos de los datos que nos permitirían tomar contacto con ella.
Martin Esslin considera diversas interpretaciones sobre La fiesta de cumpleaños: como una alegoría de las presiones del conformismo, en la que Stanley representa el papel del artista forzado a la respetabilidad, pantalones a rayas, del mundo burgués. O bien como una alegoría de la muerte –el hombre arrebatado del hogar que se ha construido él mismo, del amoroso calor personificado por las atenciones, a un tiempo maternas y sexuales, de Meg, por los ángeles negros de la nada que le preguntan qué fue primero, el huevo o la gallina (1966, p. 219).
Desde mi punto de vista, aunque no niego la posibilidad de lecturas que –como la de Esslin- ubiquen a la obra en el campo de lo simbólico, creo que La fiesta de cumpleaños admite una lectura menos sofisticada y más efectiva que se vincula a la amenaza que acecha al ciudadano común en la sociedad contemporánea. En ese sentido creo que tiene una significación política directa y fundamental que nosotros, a quienes nos toca vivir en la Argentina, podemos captar más profundamente que los propios europeos o norteamericanos, que necesitan imaginar un significado ulterior. Por ejemplo, Russell Taylor afirma que “En La fiesta de cumpleaños los asesinos alquilados parecen todopoderosos e inescrutables. En tanto que Stanley es el amenazado, ellos son la amenaza personificada, seres invulnerables, podría suponerse, de otro mundo, emisarios de la muerte”.(1968, 284) Nuestra experiencia argentina nos habilita para afirmar que cuando dos personas se acercan a una tercera para secuestrarla o asesinarla no son ni seres de otro mundo ni emisarios de una muerte abstracta. Por el contrario, son la evidencia palmaria de un poder que con diferentes rostros y métodos se mantiene activo tanto bajo regímenes militares como bajo gobiernos democráticos. Las resonancias que esta obra despierta entre los habitantes de la Argentina, que tuvo que sufrir bajo la dictadura militar una represión sin precedentes y la desaparición de treinta mil personas, que tuvo que sobrellevar bajo la democracia los asesinatos de los periodistas Mario Bonino y José Luis Cabezas, el asesinato de los jóvenes Walter Bulacio y Sebastián Bordón a manos de la policía –entre muchísimos otros- la desaparición del joven Miguel Bru, el atentado contra la embajada de Israel y la AMIA, los incontables hechos de violencia perpetrados por la policía federal y las policías provinciales (en especial, la bonaerense)- hacen que estemos muy lejos de suponer que en la obra de Pinter quienes nos amenazan son seres de otro mundo. Por el contrario, para nosotros son seres humanos bien reales, con objetivos claros, que nos acechan al amparo de la impunidad que en nuestro país se ha convertido en regla. Desde hace ya muchos años la Argentina se ha transformado en un país regido por la amenaza. Y como en las obras de Pinter, los verdaderos motivos se nos diluyen, la lógica que da su base a los hechos nos resulta incognoscible.

Héctor Levy-Daniel

1 comentario:

Ana Cecilia dijo...

Acabo de leerlo, y en los dos textos me pasó lo mismo: No sé si la metodología del autor es tan buena como se dice o la manera de relatarla la hace aún más interesante…

Sobre los asesinos o torturadores, Dalmiro Sáenz me diría que ellos hacen su “trabajo” como cualquiera, que no se regocijan con el sufrimiento del otro, si no, que cumplen con una tarea, nefasta, pero tarea al fin… A mí se me hace difícil esa manera de pensar, no lo sé, quizás tenga razón... Lo digo por la definición que se da sobre los raptores, asesinos, etc.. Ana C.

PD: Respondeme please mi pregunta del final de la primera parte que quiero saberla...