12 de julio de 2009

CUADERNO INFANCIA 40


La tarde de algún 25 de diciembre de la década de los 70. En la calle no hay un alma, sólo la lluvia.  Es la hora de la siesta y Carlos está en el comedor diario mirando una película mientras yo termino de gastar los cohetes que me quedan de la noche anterior en la vereda mojada. Pongo un “mosquito” (un petardo de gran potencia) en la abertura del árbol que está en la puerta de casa. Lo enciendo, me alejo, el petardo no explota. Presumo que la mecha se apagó con la lluvia, me acerco, sin ningún cuidado lo tomo del árbol. Cuando lo tengo en la mano me doy cuenta que la mecha está encendida, pero es demasiado tarde. No alcanzo a soltarlo que el “mosquito” explota y me produce algunas heridas dolorosas en la mano mientras un pitido incesante se mantiene en uno de mis oídos. Terriblemente aturdido, camino por el pasillo hasta la puerta de casa, la abro, rompo en llanto y le cuento a Carlos lo que acaba de pasar. Carlos deja su película, me acompaña al baño y mete mi mano quemada debajo de la canilla del agua fría. No paro de llorar. Durante días cuento a todos de qué manera milagrosa se salvó mi mano.

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