26 de octubre de 2012

CUADERNO INFANCIA 62.

Tengo todavía la edad como para seguir creyendo en los reyes magos. Es la noche del cinco de enero y los reyes van a venir dentro de pocas horas. Acompaño a papá hasta la casa de la abuela Sofía, su madre, que vive a menos de una cuadra, en la esquina de Morón y Emilio Lamarca. Yo cuento los minutos que faltan para que comience por fin la noche de reyes. Quiero volver a casa e irme a dormir cuanto antes para despertarme temprano y abrir los regalos. Cuando salimos de lo de la abuela, de la mano de papá, miro desde esa misma esquina la calle desierta en la noche. Un vértigo me invade, la felicidad de que una vez más van a venir los reyes, sí, pero también la posibilidad de que se adelanten justo en ese momento y los encontremos antes de llegar a casa. Esta visión tan improbable me genera un espanto feliz. La soledad de la calle, el silencio que parece vibrar en el aire de verano, los adoquines del empedrado que reflejan la escasa luz de los faroles, el trayecto de menos de cien metros que hay que recorrer me generan una excitación que hacen que ese paisaje nocturno no se me borre nunca.

2 comentarios:

Carlos César Navarro dijo...

Es increíble como se asocian las sensaciones y percepciones a estas vivencias, cierro los ojos y los aromas, texturas aparecen sin pedir permiso y mi cuerpo recuerda la velocidad y la altura de aquellos 6o'

Carlos César Navarro dijo...

Muy lindo recuerdo