Tengo todavía la edad como para seguir
creyendo en los reyes magos. Es la noche del cinco de enero y los reyes van a
venir dentro de pocas horas. Acompaño a papá hasta la casa de la abuela Sofía,
su madre, que vive a menos de una cuadra, en la esquina de Morón y Emilio
Lamarca. Yo cuento los minutos que faltan para que comience por fin la noche de
reyes. Quiero volver a casa e irme a dormir cuanto antes para despertarme
temprano y abrir los regalos. Cuando salimos de lo de la abuela, de la mano de
papá, miro desde esa misma esquina la calle desierta en la noche. Un vértigo me
invade, la felicidad de que una vez más van a venir los reyes, sí, pero también
la posibilidad de que se adelanten justo en ese momento y los encontremos antes
de llegar a casa. Esta visión tan improbable me genera un espanto feliz. La
soledad de la calle, el silencio que parece vibrar en el aire de verano, los
adoquines del empedrado que reflejan la escasa luz de los faroles, el trayecto
de menos de cien metros que hay que recorrer me generan una excitación que
hacen que ese paisaje nocturno no se me borre nunca.
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2 comentarios:
Es increíble como se asocian las sensaciones y percepciones a estas vivencias, cierro los ojos y los aromas, texturas aparecen sin pedir permiso y mi cuerpo recuerda la velocidad y la altura de aquellos 6o'
Muy lindo recuerdo
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