7 de abril de 2009

Cine. Bafici 2009. Z32 de Avi Mograbi


La película comienza en varios registros o varias líneas de acción: un video casero en el que una pareja se dispone a tratar un determinado tema que no se define con claridad aunque no por eso se descuida su importancia; por otro lado, el propio director, la cabeza cubierta con una media reflexiona sobre la mejor manera de presentar al protagonista de la película sin revelar su verdadero rostro; y finalmente, dos mónologos diferentes, del mismo soldado en dos espacios distintos, uno casi en penumbras, otro luminoso. En cada caso, a medida que la película avanza, los rostros del soldado y de su novia reciben tratamientos diferentes con efectos especiales que hacen que nunca se los pueda reconocer del todo (de hecho en los dos monólogos y en el video casero el mismo soldado aparece como dos personas diferentes). El soldado relata sus experiencias en un cuerpo de élite del ejército de Israel. Cuenta cómo, encerrado largo tiempo (“99% de humillación, 1% de adiestramiento”) ha sido entrenado para matar y matar se ha convertido en el objetivo más preciado para él y sus compañeros. Una vez formados estos soldados no ven la hora de entrar en acción y por esa razón, cuando se les ordena recorrer barrios palestinos para requisar casa por casa en busca de alguna señal para dar con un terrorista no pueden dejar de sentir cierta decepción, ya que no es esa la acción que imaginaban. El soldado dice que están entrenado para dispararle a cualquiera que los desafíe y esto incluye a cualquier niño que los amenace con una piedra, por lo cual ellos están preparados para matar a cualquier persona que tenga cinco años o más, porque cualquier persona de cinco años o más puede ser ya un enemigo. Es importante enfatizar lo que significa la acción para el soldado israelí entrenado: la ocasión de poner en práctica todo lo aprendido, de probar que son capaces de cumplir con la tarea que se les impone, que son capaces de matar sin que eso signifique soñar con las víctimas ni preocuparse del sufrimiento de sus familias .
El soldado cuenta que en un momento están yendo para algún lugar en un ómnibus y que se enteran de que seis soldados israelíes han sido muertos en un atentado palestino. De inmediato el comandante de los soldados les avisa que deben prepararse porque ejecutarán la venganza: ojo por ojo, si han muerto seis soldados israelíes deberán morir seis palestinos, aunque éstos no tengan nada que ver con dicho atentado. Con ese fin los soldados son conducidos a un puesto de control en el que se cree que hay seis policías palestinos a los que se les ordenará dispararles. El propio director conduce al soldado al lugar donde ocurrieron los hechos. El soldado reconoce el terreno y le cuenta a Mograbi cómo acribillaron a balazos, en el torso y en las piernas, al primer policía palestino, de unos 55 años, que ni siquiera pudo levantar las manos para rendirse porque jamás esperó el ataque, cómo el otro policía corrió a un galpón para resguardarse y cómo dispararon a un tanque de gas butano que estaba junto al policía, de qué manera el fuego arrasó con él y casi los alcanzó a ellos. Y cuánto excitó todo este episodio a los soldados ya que por fin tenían la anhelada escena de acción: tenían un pico de adrenalina, estaban contentos con lo que acababan de hacer, se sentían como en un parque de diversiones. El objetivo del entrenamiento por fin se había visto consumado.
Sin embargo, la novia de soldado aparece junto a él en el video casero para dejarle en claro su más explícito rechazo. El soldado le pregunta si ella lo cree un asesino y ella piadosamente niega aunque un minuto después le recuerda que desde el punto de vista de los familiares de las víctimas indudablemente lo es. La joven le deja en claro la indignación que le provocó que al principio él no fuera capaz de comprender la dimensión de lo que había hecho, de que pidiera la comprensión de ella sin mostrar el menor arrepentimiento. Sin embargo, cuando el arrepentimiento comienza a manifestarse, cuando incluso él se muestra dispuesto a participar en ese video, cuando él deja en claro que lo que sucedió no es solamente cosa del pasado sino que le sigue reclamando una respuesta en el presente, entonces ella puede pensar en alguna posibilildad de continuar junto a él (la expresión de ella en los últimos segundos de la película nos permiten sospechar que esa posibilidad es más bien remota).
Preocupado por encontrar una forma atractiva de comentar los hechos que se relatan, Mograbi establece una convención: rodeado de una pequeña orquesta de cámara que toca en el living de su casa, el mismo director, en sucesivas intervenciones a lo largo de la película canta las preguntas fundamentales que la acción del soldado genera: ¿por qué ocuparse del soldado que ha convertido a hombres en simples manchas? ¿por qué no entregarlo a un tribunal en lugar de darle voz en el film? Y en su última aparición entona una sentencia que dice que “disfruta de que el soldado haya dejado de disfrutar por lo que ha hecho”. Lo que al principio parece un recurso ridículo y rebuscado se convierte con el desarrollo de la narración de los hechos en una invocación conmovedora.
En lugar de hacer una denuncia basada en la enumeración de atrocidades cometidas sobre Israel sobre los palestinos, es decir, en vez de poner el énfasis en la extensión, Mograbi se ocupa de la comprensión: el caso particular concreto de este soldado israelí cuenta más sobre la política de Israel que cualquier inventario abstracto de crueldades y desenfrenos.

Héctor Levy-Daniel

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