7 de abril de 2009

CUADERNO INFANCIA 34


Oscar y Raquel, mis tíos, en la casa de Emilio Lamarca. Probablemente la última vez que lo veo a Oscar en esa casa, probablemente la última vez que los veo juntos, a Oscar y Raquel, que vinieron con Graciela, Patricia y Martita. Es la época en que Bobby Fischer ha venido a Buenos Aires para enfrentar a Tigran Petrosian. El ajedrez se ha instalado en nuestra vida cotidiana y yo acabo de aprender a jugar. Estoy tan entusiasmado que quiero jugar con cualquiera que muestre la más mínima intención. Papá le sugiere a Oscar que juegue conmigo y comienza la partida. Mientras dura, Oscar no deja de decirme que él es Fischer y yo soy Petrosian, a quien Fischer ha vencido brutalmente. Me sigue llamando Tigran incluso cuando la partida está por terminar y su rey ya no tiene salida. Cuando llega el momento de irse, todos acompañamos a Oscar y a su familia a la puerta. Desde la ventanilla de su auto Oscar nos hace un saludo general, pero a mí me mira y me dice “Chau Tigran”. La voz de Oscar, el brazo levantado a través de la ventanilla, no se me van a borrar nunca. Cuando entramos a casa, alguien cuenta, probablemente mamá, que Raquel le ha estado contando todas sus desventuras con Oscar. Al parecer, la separación es inexorable e inminente. Por alguna razón la noticia me produce una desazón profunda. Tengo unos diez años y ya me pregunto cómo puede parecer que cada cosa está en su lugar y uno es feliz cuando en realidad todo se viene abajo.

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